Introducirnos en el atractivo mundo de los juegos infantiles supone descubrir recónditos secretos de nuestra infancia, de tardes felices, de días de sol en los que la razón se paralizaba para transportarnos a un universo singular, mágico, protagonizado por el ingenio y las risas, en el que no faltaban los cuentos, los cromos, e incluso los soldaditos de papel, que los hubo destinados a los niños, incluidos en el pintoresco y variado capítulo de los recortables, que fueron muy solicitados al formar parte de la gran familia del juguete durante varias generaciones.

Su fácil manejo, al tener el papel como material de soporte, el atractivo de sus colores y los asequibles precios en el mercado, consiguieron que fueran aptos para cualquier bolsillo, para cualquier sonrisa, para cualquier sueño infantil. Parece ser que los primeros indicios de estas figuras de papel, pintadas en principio a mano, surgieron en el siglo XI, aunque nos parezca sorprendente, pero no será hasta 1791, cuando las muñecas de papel conciban su aparición definitiva. La investigadora Clara Hallard afirma que los primeros modelos de recortables germinaron en Inglaterra, estando dirigidos básicamente al esparcimiento entre las niñas, si bien las madres inglesas muy avispadas ellas, velozmente intuyeron que estos, además de distraer a sus hijas les permitían conocer la moda del momento al mismo tiempo que activaba en ellas el buen gusto por emperifollarse. Las medidas de las muñecas o muñecos oscilaban entre los 20 centímetros estando fabricados en cartón algo grueso con objeto de impedir su deterioro inmediato. Cada uno de ellos tenía su propio nombre y se presentaban con ropa interior, sobre las que luego se les ponían los conjuntos incluidos impresos en cada lámina.

A partir de 1840, los fabricantes de recortables abandonan las antiguas fórmulas de pintado a mano, comenzando a trabajar con litografías. La creatividad irrumpe y se introducen nuevos proyectos y diseños. Así, afloran muñecas cuyos vestidos cubrían también la espalda, al permitir ponerlos por la cabeza de la figura. Aparecen las primeras muñecas acompañadas de mobiliario y objeto de decoración y hacen su aparición personajes de la vida pública y monárquica del momento, que logran rápidamente una enorme aceptación. A finales del siglo XIX, un inglés llamado Raphael Tuck, es quien descubre la importancia y las posibilidades que tiene el recortable de papel en el mundo del juguete, al convertirse en poco tiempo en el fabricante más importante del mundo.

Entre sus más de cuarenta modelos, destacó la muñeca Julie, fabricada entre 1890 y 1898. Es a partir de los años treinta del pasado siglo, cuando las estrellas de cine se convierten en las muñecas de papel preferidas, destacando Vivien Leigh, en su papel de Scarlett O'Hara, en la mítica película Lo que el viento se llevó, la actriz Shirley Temple, o la italiana Sofía Loren.

Los recortables también se utilizaron como reclamo publicitario y era frecuente encontrarlos en las campañas de productos de belleza, entre los preceptivos ajuares femeninos e incluso en los productos de alimentación, integrándose además, con sección fija, en las revistas de moda femenina con objeto de captar la atención de las lectoras, de manera particular en los nuevos complementos, ya fuesen bolsos, zapatos o sombreros, que estaban en esos momentos en pleno auge. En España, la moda de los recortables se implantó algo más tarde que en otros países, pero muy pronto, debido a su calidad y difusión, obtuvo una gran acogida. Editores como Paluzie, Roma o Bruguera se especializaron en estas coloristas láminas de papel que hicieron las delicias de las jovencitas españolas. Y concretamente, en los años 30, la firma barcelonesa Ediciones Barsal publicó una simpática parejita con los nombres de Tintín y Tintina, de unos 20 centímetros que incluía el envés de cada muñeco, alcanzando gran popularidad.

Con cada una de las figuras que se vendían se suministraban cuatro atuendos acompañados con atractivos accesorios. Mientras tanto, el resto de editores crearon sus propios personajes con sus nombres propios, Tomasito, Maite, Celia, Mari Pepa, etcetera.

Así, en los años 50, a la muñeca Maite se la podía vestir tan ricamente, bien con traje de exploradora, de pantalón largo y gruesas botas, con un atuendo apropiado para disfrutar de un relajado día de campo, en el que se incluía la cesta con las viandas, o más veraniega equipada con traje de baño y los complementos apropiados para darse un buen chapuzón, pero ojo, nunca en el agua por aquello del papel.