EL SIGLO SE ESTRENA CON NUEVO PAPA EN SEMANA SANTA

La Semana Santa del año 1800 vino marcada por el nombramiento de un nuevo papa para la cristiandad y las órdenes dictadas por el rey, Carlos IV, para celebrar tal acontecimiento y que no gustaron mucho a los canónicos murcianos pese a que esos actos fueron ordenados para celebrar tan importante nombramiento. Pero con las luminarias y el repique general de campanas se ´rompía´ con el silencio de la Cuaresma y la austeridad del Viernes de Dolores. Los acontecimientos se recogen en las actas de la ciudad y el descontento que provocaron tales órdenes reales también. «El viernes día cuatro de abril del año mil ochocientos de nuestro Señor, día de los Dolores, se recibe carta del Rey, por el Marques de Murillo, Secretario de Cámara, fechada a treinta y un días del mes de marzo, notificando a la ciudad la elección de un nuevo Papa en la persona del Cardenal Gregorio Bernabé Charamonti, que tomó el nombre de Pío VII. Su Majestad el Rey ordena que se cante Te Deum de acción de gracias y se pongan luminarias en todas las iglesias durante tres días durante los cuales, la corte y la nobleza vestirán de gala. No gustando a los señores capitulares de la Diócesis estas medidas ya que son vísperas de Semana Santa y no se ve con buenos ojos que se rompa el silencio y la meditación o mucho menos que se vistan ropas lujosas en este tiempo de penitencias». Más adelante, encontramos referencia puntual de cómo vivió la ciudad este nombramiento y que se hizo para celebrar tal acontecimiento: «El sábado de los Dolores y los días siguientes Domingo de Ramos y Lunes Santo hubo iluminación especial de grandes fiestas en esta ciudad y repique general de las campanas pese al silencio de Semana Santa, pero había sido ordenado por su Majestad don Carlos IV, que Dios guarde, ante el nombramiento de Su Santidad Pío VII, llamado antes Gregorio Bernabé. Un acontecimiento de gran alegría para toda la cristiandad. Pese a que hubo algunas protestas de iglesias y conventos por tratarse de Semana Santa las ordenes reales se cumplieron y hubo repiques generales en toda la Diócesis». En actas posteriores encontramos clara referencia a aquella Semana Santa del siglo recién comenzado donde se da cuenta que salieron a la calle las cuatro procesiones con las que contaba la ciudad aquel año. «El Domingo de Ramos 6 de abril, Miércoles Santo 9 de abril y Viernes Santo 11 del mismo mes se hicieron las cuatro procesiones. La de las Angustias, la del Carmen, la de Jesús y la del Entierro. En esta última los mercaderes hicieron constituciones nuevas, metiendo en esta idea a todo el comercio de la ciudad, pagando 40 reales al año el hacha y demás gastos de procesión, así como otras cosas para la Cofradía, recibiendo al morir 50 misas y el entierro pagado. Como hubo muchos que no estaban de acuerdo con estas medidas e innovaciones adoptadas fueron despedidos de la Cofradía del Entierro. Los mancebos de tienda hicieron un San Juan nuevo, que salió este año por primera vez, realizado por un forastero al que se pagaron 3.000 reales».

COFRADÍA DEL SOCORRO DE CARTAGENA

Uno de los hechos más destacados en las postrimerías del siglo XVII en nuestra Región fue, sin duda, la fundación de la cofradía cartagenera del Cristo del Socorro que, a día de hoy, tiene el honor de poner en la calle la primera procesión de España en la madrugada del Viernes de Dolores. Afortunadamente, permanece muy arraigada en la ciudad marinera pero, como decíamos, sus raíces hay que buscarlas en los últimos años de la centuria del mil seiscientos. El acontecimiento fundacional tuvo lugar en 1691. Sus primeras constituciones están impresas en la ciudad de Murcia por un tal Vicente Llofriu, de profesión impresor. Se trata de un tomo de catorce hojas con los preliminares y treinta y ocho páginas donde se da pormenorizada cuenta de los fines, derechos y deberes de esta institución religiosa. Su título fundacional, recogido en su primer folio, dice así: «Constituciones de la Ilustre Cofradía de la Hermandad de Cavalleros del Santísimo Christo del Socorro de la ciudad de Cartagena, sita en la Iglesia Mayor de ella, en la nueva Capilla que ha fundado el Excelentísimo Señor Gran Almirante de las Indias, Adelantado Mayor de ellas, Duque de Veragua y de la Vega, Marqués de Jamayca, Conde de Gelvez y de Villamizar, Marqués de Villanueva del Ariscal, Señor de Torrequemada y del Tuyson de oro y Capitán General de las Galeras». El texto de estas primitivas constituciones va aprobado y sancionado por fray Alonso Rosique, fray Cristóbal de Alcaraz y fray Pedro de Córdoba, llevando la licencia del obispo de la Diócesis de Cartagena, don Antonio Chacón.

LAS TERESAS Y EL NAZARENO DE ROQUE LÓPEZ QUE ERA PARA ESPINARDO

El Monasterio, en Murcia, se fundó el 25 de marzo de 1751. Fue el Fundador D. Alejandro Peinado, canónigo de la Catedral de esta ciudad, quien deseó vivamente y para ello trabajó con empeño y ofreció su cuantiosa hacienda, porque las Hijas de Santa Teresa tuvieran un convento en Murcia. Para ello tuvo que vencer muchos obstáculos, incluso tuvo que recurrir a los reyes Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, quienes se convirtieron en benefactores de la ciudad. Murcia recibió con gran regocijo a las Teresas, como eran llamadas las Carmelitas descalzas, sin embargo, el fundador no pudo ver su obra terminada pues murió pocos días antes. Por tanto, cuando hablemos de ´Teresas´ nos estamos refiriendo a la orden de las Carmelitas descalzas, hoy con su convento en Algezares si bien, en el siglo XVIII, tenían el convento noviciado en la calle de Santa Teresa, de la ciudad de Murcia, que se llamó así por ellas.

Desde su traslado al monte, donde residen en la actualidad, se perdió el nombre de ´Teresas´ y ya nadie las conoce como tal. Esto ocurrió a mitad de los años sesenta del pasado siglo. En las actas capitulares se recoge el encargo hecho a Roque López para que realizara una imagen de Jesús Nazareno y lo que costó la misma. Si bien, esa imagen de Cristo acabó en el convento ´Tereso´ por serias disputas con el párroco de Espinardo. «En abril de mil setecientos noventa y siete, siendo el día doce, llevaron a las monjas Teresas y a su convento de Teresos, una imagen de hechura nueva de Nuestro Padre Jesús, hecha por don Roque López en 800 reales y todo el gasto de adorno, vestido y trono que estaba en unos 25.000 reales. Repartidos de esta forma. La hechura de la imagen 800 reales, el cordón de Cristo 1.500 reales y el bordado de la túnica 11.000 reales. Lo regaló todo don Manuel Portero, natural de Espinardo, que este lo hizo con ánimo de darlo a la iglesia de dicha villa, y por las disputas que hubo con el cura del lugar, don José Mellina, sobre la capilla a donde se había de colocar, se disgustó su bienhechor y lo regaló al citado convento al objeto que no estuviera en Espinardo como él hubiera querido».

UNA SEMANA SANTA CON LLUVIA INTENSA

Fue la del año 1797 una Semana Santa pasada por agua, ya que de los cortejos procesionales que, entonces, salían por las calles de la ciudad únicamente pudieron hacerlo los del Viernes Santo ya que el resto de jornadas la lluvia fue incesante. En las actas de la ciudad encontramos referencia de todo lo ocurrido en aquellos días. «El Domingo de Ramos llovió y fue motivo para no hacer la procesión de Angustias que salía de Santa Ana y la dejaron para el martes en la tarde, que tampoco salió porque volvió a llover y a otro día, miércoles, también llovió, aunque no tan fuerte. A la tarde, y tras la lluvia de la mañana, estando formada la procesión del Carmen, la de la Sangre, y el paso de la Sangre en la misma puerta de la iglesia ya para salir, empezó a llover muy recio y fuerte y se descompuso la procesión no pudiendo salir a la calle. Estaba ya repartida la cera entre ambas justicias y la llevaron incluso pagando a los músicos. Las procesiones de Viernes Santo por la mañana y la tarde sí pudieron salir pues ese día no llovió».

LA SAMARITANA LLEGÓ AL CARMEN EN PROCESIÓN SOLEMNE

La Samaritana, paso emblemático de la procesión de la archicofradía de la Sangre, fue llevada hasta la iglesia del Carmen en solemne rosario y procesión días antes de salir, oficialmente, como hermandad en la procesión de la Sangre. Las actas capitulares recogen todo lo acontecido en aquel momento. «En marzo a día dieciséis del año de nuestro Señor de mil setecientos noventa y nueve, en la noche, llevaron desde San Pedro la hechura de la Samaritana que se hizo a la Hermandad de la Sangre, en rosario solemne hasta el Carmen. La hizo don Roque López en cuatro onzas de oro y fue entregada a los panaderos, haciendo escritura para que asistan a la procesión de Miércoles Santo. Les han dado a la Hermandad doce túnicas nuevas encarnadas y dos para los veedores y las demás, hasta cuarenta, las ha de hacer dicho gremio, y por cabildo que hizo dicho gremio de los panaderos se acordó que no fuesen más que nueve músicos en el paso. El día veinte de dicho mes de marzo salió en la procesión de la Sangre».

LAS PROCESIONES DEBEN SALIR A SU HORA

Nuestros antepasados no debían ser muy puntuales a la hora de sacar la procesión a la calle, pues hemos encontrado numerosas referencias a lo que a puntualidad se refiere y, por lo visto y leído, la hora fijada para salir era siempre aproximada pues retoques, cambios o retrasos de última hora siempre afectaban al horario que se había previsto para echarse a la calle. Estas impuntualidades son la causa de que el insigne periodista Martínez Tornel, en el diario El Liberal, escriba la siguiente columna un 18 de abril de 1916: «La procesión del Cristo del Perdón salió ayer ya anochecido. Las procesiones deben tener una hora fija para salir porque la población huertana, que está estos días ocupada en las faenas de la cría de la seda, tiene el tiempo muy tasado para venir a Murcia andando una legua o cosa así, y si se la hace esperar dos horas se desespera y se cansa y por último se va aburrida porque el cebar los gusanos es tarea perentoria. Y luego que cada procesión tiene, por la costumbre, la visualidad de la hora en que sale. A la Samaritana debe darle el sol cuando pasa por el Puente para que brillen sus alhajas y su gallardía con los últimos rayos del sol poniéndose. La procesión de Jesús, la primera de nuestras procesiones, no se comprende sino en una fresca mañana abrileña, templada por los tibios rayos del sol. Al Entierro de Cristo le da su tono severo y fúnebre la oscuridad de la noche y a la procesión del Resucitado esencialmente alegre le dan oportuno marco las horas de aquella mañana primaveral en que los pájaros cantan y las flores exhalan sus encantadores perfumes. Y con lo preciso de la hora va unido lo exclusivo del día. Cuando no sale la procesión en su día no debe salir más a la calle porque no resulta. Las veces que la Samaritana ha salido el Jueves Santo, por llover el miércoles, no ha resultado y se ha quitado al día la solemnidad de su silencio y su recogimiento por la muerte de Cristo. Lo que viene establecido de siglos por algo estará justificado y no se puede cambiar tan alegremente. Yo no encuentro bien que la procesión de Jesús pase por la plaza de Abastos y por las tortuosas calles del Arco de Verónicas y de la Aduana, dejando la hermosa plaza de san Julián y las calles de la Lencería y calle y plaza de San Pedro, pero digo: Cuando la sesuda cofradía de Jesús lo hace por algo será que esté justificado».