Me consta que por el Ayuntamiento, y con muy buen criterio, se va a instar un proyecto de conservación del Malecón, en un afán de defensa de este trayecto utilizado por el murciano en sus momentos de ocio y expansión. Se intenta con ello evitar que la piqueta destroce zonas de una huerta que periclita por su entorno, una vez que nos acercamos al final del mismo, donde se encuentra el célebre eucalipto y la estatua de don José María Muñoz, célebre filántropo murciano. Todo esto lo vemos bien, desde luego, aunque el paseo ha sido víctima de la evolución urbana que ha dado al traste con encuadres tan pintorescos como el espacio de la Sartén, donde se ubicaba un señero ciprés, en una perspectiva elocuente, junto a la escalera que unía el paseo con la barriada de san Antolín. Y más aún se pueden evocar desde su ausencia algunos caserones con huertos, que tanto echo de menos, cuando suelo atravesar su conducto y rememorar el sabor de aquellas lechugas de un tiempo que se fue.

Se muestra como una aventura a la huerta; una salida al paisaje, auténtico pulmón de la ciudad, que en los días soleados es un reclamo para quienes gustamos de saborear la luz y el color de sus recintos huertanos, escasos ya y necesitados de su restauración, tratando de que la piqueta no se lleve los últimos rincones: zonas de la huerta que nos evoca viejos carriles y barracones, de los que tan solo la memoria queda.

Ya en los años veinte del pasado siglo los vates de la cultura murciana integrados en el Círculo de Bellas Artes, una institución propiciada entre otros por el cultísimo don Luis Díez Guirao de Revenga, tomaran conciencia de este punto urbano a través de la Asociación de los Amigos del Malecón, en una acción unánime de custodiar sus valores estéticos.

Y es que cuando vemos entre sus componentes las ínclitas figuras de don Mariano Ruiz Funes y de don Isidoro de la Cierva, se puede dar por sentado el ánimo y la ilusión de sus miembros por custodiar y dar realce a este monumento, que se convirtió, a lo largo del tiempo, en una cita de los murcianos, solícitos a gustar de la belleza y bondad del lugar. Sabido es que con tal motivo se reúnen los indicados Amigos la tarde del 3 de marzo de 1923, presididos por los ilustres indicados, en el Círculo de Bellas Artes, para discutir sobre la situación en que se encontraba el Malecón, planteando una serie de actuaciones dirigidas a mantener la belleza del mismo; su entorno, evitando construcciones insólitas que afearan su estructura.

Desde luego, y si nos atenemos a la reunión indicada, comprobamos la oratoria empleada por don Mariano, como la del tribuno y alcalde de la ciudad, haciendo una loa sobre el mismo, su situación y sus vistas, de tan excelente hechura; que podría tenerse en cuenta en todo tiempo. Y más todavía la verborrea empleada en la carta de don Isidoro de la Cierva, político conservador, como su hermano, mostrando sus afectos por el excelente paseo, amén de proyectar ideas renovadoras sobre planeamiento urbano, en la advertencia de mantener los signos más sensibles de la ciudad. En este aspecto su disertación sobre El programa murciano que plantea en el Círculo Liberal Conservador el 6 de enero de 1918, es sumamente significativa, nos sirve para apreciar la dimensión de este político sensible a las necesidades demandadas por los vecinos sobre higiene y beneficencia, alcantarillado, educación, dando soluciones a las mínimas necesidades de la población, mostrando un talante de buen gestor interesado en los monumentos y jardines, entre otras cosas, que sería prolijo enumerar.

Creemos interesante traer a colación estas figuras de nuestra mejor estirpe cultural, movidos por el amor hacia este espléndido paseo en un momento de tensiones políticas, teniendo como antecedente la consabida Asociación de Amigos del Malecón, que es digno de evocar, dejando constancia del buen hacer del Ayuntamiento de velar y mantener este monumento paisajístico.

Cita indudable de quienes amamos la vieja Murcia, sus signos de identidad por el que nos reconocemos. El Malecón es, además, un mundo de vivencias y deleites estéticos que forman parte de uno mismo.