El próximo sábado, día 16, se celebrará con toda solemnidad la festividad de San Fulgencio, patrón de la Diócesis de Cartagena. Santo cartagenero que, según se recoge en la obra Galería de Obispos, de Diego de Rojas y Contreras, era el segundo hijo de los cinco que tuvieron los duques de Cartagena, y hermano de San Isidoro, San Leandro y Santa Florentina, canonizados como los Cuatro Santos de Cartagena. Se afirma de él que fue doctísimo en los idiomas latino, hebreo, griego y gótico, considerándolo Vargas Ponce en sus manuscritos merecedor de que los padres del Concilio XV de Toledo le hubieran otorgado el título de doctor ilustre, puesto que su sabiduría era comparable a la de San Ambrosio.

Fue obispo de la Diócesis de Cartagena desde el año 566 hasta el 587, y con posterioridad se le nombró obispo de Écija. Tras permanecer en esta ciudad andaluza algo más de una década, regresó de nuevo a la Diócesis de Cartagena, cuyo obispado ocupó otros dos años, desde el 598 al 600. San Fulgencio contribuyó al decoro del culto divino, ya que mientras ostentó las mitras de Cartagena y Écija puso en práctica las instrucciones aportadas por su hermano San Isidoro. Murió el 16 de enero a la edad de setenta y seis años, y desde el siglo XVI da nombre a nuestro Seminario.

Los actos religiosos programados para conmemorar su festividad se inician con la procesión claustral por el interior de la Catedral, con el arca de plata, llevada a hombros por cuatro diáconos, que contiene parte de las reliquias de San Fulgencio y de Santa Florentina, ubicada habitualmente en el altar mayor, frente a la que alberga el corazón del rey Alfonso X el Sabio. Arca-relicario realizada de manera artesanal en el año 1857, en cuyo trabajo de orfebrería se aprecian las figuras del santo cartagenero y de su hermana, así como los escudos del Cabildo Catedral y del obispo. La mitra y el báculo coronan la tapadera, custodiada en sus extremos por cuatro pequeños ángeles. Una vez finalizado el recorrido claustral, el arca será depositada en el presbiterio, para dar paso a la misa hispano mozárabe concelebrada por un elevado número de sacerdotes y diáconos que se iniciará con el canto de entrada. Dicho acto litúrgico de características especiales, fue recuperado por el cardenal Cisneros a finales del siglo XV. En nuestra ciudad, y desde hace años, el canónico don José María Lozano, prefecto de liturgia, ha sido el encargado de dirigir y coordinar la guía por la que se rige la rigurosa ceremonia.

Concluidos los actos religiosos, sacerdotes, seminaristas y feligreses, serán acogidos en invitación pública cumpliendo con la tradición, en el claustro del Palacio Episcopal para degustar el típico dulce de boniato, costumbre que se remonta a los años de carestía, en una época en la que las comidas eran bastante parcas. Fue instituida por un joven seminarista quien, movido por el deseo de compartir el delicioso postre que tomaban de manera excepcional en el almuerzo anual que les ofrecía la Diócesis para conmemorar la festividad del santo patrón murciano, y que consistía en un «boniato caliente», o sea, asado, propuso la idea a sus compañeros de repartir los tubérculos entre los indigentes y cuantas personas necesitadas se acercaran ese día a las puertas del Seminario Mayor de San Fulgencio.

Institución situada por aquel entonces junto al Palacio Episcopal, hoy convertida en Escuela Superior de Arte Dramático y Danza. Trascurridos unos años, la costumbre cayó en desuso y casi desaparece hasta que en el año 1986 se recuperó y, hoy por hoy, podemos disfrutar de ella aunque con algunas pequeñas variantes. Por ejemplo, la invitación es pública, ya no está enfocada solo a los más necesitados. La gran cantidad de boniatos, más de cuatrocientos kilos, que en la actualidad se elaboran confitados por los miembros de Asprodes, se preparan con antelación los días previos a la festividad, transformando el tubérculo, en una semi conserva para su mejor preservación y durabilidad. Plantear su elaboración de este modo, en aquellos primeros años de la dádiva hubiera sido insostenible, puesto que la gran cantidad de azúcar necesaria para el almíbar, resultaba muy elevada para la penuria económica que soportaban en aquellos tiempos.

Tampoco sabían ni podían elaborar los alumnos la confitura, y menos aún costear el gasto que supone ofrecer a los invitados esas garrafas de vino dulzón hecho de pasas, que tanta aceptación tiene en la actualidad entre los comensales al acto.

Así, que la donación del postre fue en origen un dulce boniato caliente, muy consumido antaño en los hogares murcianos, unas veces asado al horno o bien al rescoldo de la lumbre, con aspiraciones a golosina entre la chiquillería. Estoy segura de que muchos de nuestros mayores guardan todavía en su memoria el recuerdo de aquel puesto donde se vendían boniatos asados, calientes, abrigados bajo una manta, en las cuatro esquinas de nuestra ciudad, en un tiempo, que no hace tanto,se nos acaba de ir.