A UN EXTRAÑO PROFETA

Un tórrido día de agosto de mil seiscientos cincuenta y uno apareció en Murcia un extraño personaje vestido con pieles de pies a cabeza, sucio y enmarañado con el cabello muy largo. Llevaba en su mano un báculo a modo de bastón. Llegó hasta la plaza de Santa Catalina y dando varios golpes en tierra fijó la atención de todos en él que, además, hicieron corro ante su presencia. Aquel extraño personaje se expresó así: «De parte de Dios omnipotente os aviso, ciudadanos de Murcia, que enmendéis vuestras vidas porque el castigo de Dios se acerca más riguroso que nunca. Y si queréis saber de vuestras culpas principales escucharlas y por qué Dios ha decidido destruiros: 1º Por el poco respeto que tenéis al sacerdocio y el desprecio grande con el que tratáis a sus ministros. 2º Por la poca atención que tenéis a la justicia, viviendo los poderosos a rienda suelta y alimentándose de la sangre de los pobres .3º Por el antiguo sacrificio que renováis del cordero». Después de dicho todo lo cual, y aunque le siguieron muchas personas, aquel extraño personaje abandonó la ciudad por la puerta del Puente sin tomar alimento alguno ni siquiera volver a hablar pese a que muchos le preguntaban. Lo realmente curioso de este suceso es que apenas dos meses después, el 14 de octubre festividad de san Calixto Papa, la ciudad de Murcia fue arrasada por una terrible riada que se llamó, precisamente, de san Calixto, que arrasó con casas, iglesias, conventos y palacios. Sembró de muerte y desolación la huerta donde perecieron más de mil personas y que provocó, al poco tiempo, una de las peores epidemias de peste de cuantas padeció Murcia a lo largo de la historia. ¿Tuvo que ver algo la visita de aquel extraño personaje al que nadie hizo caso? ¿Fue un aviso que nadie quiso escuchar? ¿Una extraña coincidencia? Nunca lo sabremos.

LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS EN UNA HORNACINA

El domingo nueve de agosto de mil setecientos setenta y ocho se coloca en un nicho, hecho al efecto, en la llamada Puerta de Castilla de la ciudad de Murcia una imagen de Nuestra Señora de las Angustias, que los guardias de la ronda mandaron hacer y gracias a las limosnas recibidas para tal fin pudieron ver su deseo cumplido. El encargo se realizó a «Don Roque López, vecino de esta y oficial de don Francisco Salzillo, fijándose el precio en setecientos reales de vellón». La noche anterior, sábado, trasladaron la imagen de la Virgen rezándole un rosario por las calles desde el convento de las monjas de Madre de Dios a la parroquia de san Andrés, donde se realizó una gran función religiosa y permaneció durante toda la noche. Al día siguiente, con la asistencia de autoridades civiles, militares y eclesiásticas, la imagen de la Virgen de las Angustias fue trasladada a la hornacina de la Puerta de Castilla.

PERROS SUELTOS POR LAS CALLES

En las actas capitulares del Concejo de Murcia encontramos una muy curiosa que está fechada en el mes de mayo de mil setecientos ochenta y cinco. En ella queda constancia del peligro que supone para la población la existencia de perros sueltos por las calles de la ciudad. Y la gran cantidad de animales que se encuentran por todos los barrios. Se expresa en los siguientes términos: «Informado el Ayuntamiento por el Señor Don Francisco de Borja y Fontes, regidor, de los muchos perros, alanos y mastines, que andan sueltos por las calles de esta ciudad de Murcia, con riesgo conocido de suceder desgracias al embestir a unos y morder a otros, lo que ya ha sucedido en varias ocasiones, y que no debe permitirse esta libertad a los dueños de dichos perros, se acordó de que en lo sucesivo no vayan estos animales por las calles si no es con bozo y cadenas». Asimismo, este acta, recoge las sanciones que serán impuestas a quien no lleve al perro de esta forma por las calles e incluso el sacrificio del animal si, éste, carece de dueño.

LA MANO DEL ASESINO COLGANDO DE UN PALO

?Un triste suceso acaeció en Murcia en el mes de septiembre de mil setecientos cincuenta y cinco cuando, un barbero, asesinó a un fraile mercedario para robarle. El asesino fue ajusticiado en la plaza de Santo Domingo y su mano quedó colgando de un palo frente al convento de la Merced durante una semana. Los hechos sucedieron así: «El barbero Francisco Rodríguez mató al religioso del convento de Nuestra Señora de las Mercedes, fray Andrés Vives, mientras le estaba afeitando en su misma celda con la intención de robarle. Aprovechando la soledad de la estancia del fraile y de que, éste, se encontraba a su merced le cortó el cuello. Eran aproximadamente las diez de la mañana». Pero, el fraile aún tuvo fuerza para pedir socorro a sus hermanos de congregación y el barbero fue preso dentro del propio convento. Los ‘justicias’ le llevaron a la cárcel abriéndose un largo proceso, ya que el asesino gozaba, según la ley, de inmunidad para ser apresado por los justicias del rey al encontrarse en lugar sagrado. Tras tres años de litigios el treinta y uno de julio de mil setecientos cincuenta y ocho fue condenado a muerte y ahorcado en la plaza de Santo Domingo. Una vez muerto, le cortaron la mano con la que había asesinado al fraile y la colgaron de un palo que pusieron frente al convento mercedario para que sirviera de advertencia y escarmiento. La mano del asesino permaneció expuesta y custodiada por guardias durante una semana.

LA CIUDAD EN LLAMAS

El dos de agosto de mil ochocientos treinta y cinco, dentro de la llamada ‘desamortización de Mendizábal’, se produjeron en Murcia graves sucesos para conseguir expulsar a los miembros de las comunidades religiosas. La desamortización de Mendizábal, ministro de la regente María Cristina de Borbón, tuvo unas consecuencias muy importantes para la historia económica y social de Murcia. Como quiera que los lotes expropiados a los religiosos se encomendaron a comisiones municipales, éstas se aprovecharon de su poder para hacer manipulaciones y configurar grandes lotes inasequibles a los pequeños propietarios pero pagables, en cambio, por los ricos que podían comprar tanto grandes lotes como pequeños. Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses murcianos adinerados. Los terrenos desamortizados por el Gobierno fueron únicamente los pertenecientes al clero regular. Por esto, la Iglesia, tomó la decisión de excomulgar tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras, lo que hizo que muchos no se decidieran a comprar directamente las tierras y lo hicieron a través de intermediarios. Mientras, los frailes, eran despojados de las tierras y posesiones estos se ‘atrincheraron’ en sus conventos de la ciudad, pero aquel día dos de septiembre, Murcia, se convirtió en una hoguera. El populacho se echó a la calle y se quemaron los conventos de Santo Domingo, San Francisco y la Merced. Los asaltantes corearon una frase, tristemente célebre, que decía «Quemad los nidos para que no vuelvan los pájaros».