Tras el escenario, los actores apuraban los minutos para repasar sus textos. Los nervios previos a dar el salto al escenario son inevitables, pese a que algunos como Paco Sánchez lleven más de media vida ceñidos a un mismo papel. Él representa al rey Herodes, en su obsesiva y encarnizada búsqueda del «nuevo príncipe del pueblo hebreo»: el niño Jesús, recién nacido.

Se trata del tradicional Auto de los Reyes Magos, que desde 1963 interpreta la Asociación de Churra como la obra que pone punto y final a las fiestas de Navidad. En aquella primera edición fue el Puente Viejo el que ejerció de telón de fondo, pero desde hace unos años es la Plaza de Belluga, con el marco incomporable de la Catedral como escaparate, la que acoge un escenario doble que mediante juegos de luces selecciona entre el palacio de Herodes y el entorno rural de los pastorcillos.

En este último brilla con luz propia la pareja que forman Josepe y Rebequilla, dos huertanicos, 'panochohablantes' en Jerusalén que siguen con devoción y humor el camino de los Reyes Magos, grandes protagonistas del la función. Y es que la historia narra el advenimiento de sus Majestades, que acudieron a Judea siguiendo la llamada de la Estrella de Oriente para adorar al infante hijo de Dios.

La obra, basada en los escritos de Fernández y Ávila (La infancia de Jesús, 1784), volvió a reunir a gran cantidad de público, que abarrotó los asientos que cubrían el suelo de Belluga desafiando al frío que azotó la ciudad durante la tarde. Los más valientes, los numerosos niños, que acudieron con sus regalos debajo del brazo. Y es que en el día de Reyes había que despedir a sus benefactores hasta el próximo año, cuando volverán de nuevo guiados por la Estrella hasta la plaza de la Catedral.