El accidentado mundo de Marcos Redondo

A mediados de la década de los cincuenta, del pasado siglo XX, el afamado barítono Marcos Redondo fue por fin a dar un recital lírico en el protectorado español de Tetuán. Llevaban mucho tiempo esperando pues, tras infructuosos esfuerzos para conseguir que el genial cantante hiciera acto de presencia allí, nunca estaba dispuesto.

Pero por fin, las autoridades españolas en la ciudad marroquí consiguieron que el cordobés emprendiera viaje. Se había anunciado el recital que el barítono efectuaría en Tetuán y que recogía sus piezas más aclamadas del Género Lírico español.

Entre ellas, no podía faltar El Canto a Murcia de La Parranda que tantos éxitos en directo y en grabaciones le había dado. La expectación era extraordinaria y la colonia murciana en aquel protectorado, en su mayoría militares y funcionarios del Estado, estaba deseando escucharle. Pero la travesía en barco, desde la Península, les jugó una mala pasada a todos los pasajeros de aquel buque.

Un fuerte temporal azotaba constantemente la embarcación, lo que produjo más de una indisposición en el pasaje. Uno de los más afectados fue, precisamente, Marcos Redondo quien, además, tuvo la mala fortuna al sufrir en cubierta las fuertes arcadas de su organismo que, en una de ellas, perdiera su dentadura postiza que cayó al mar. Se suspendió, por orden expresa del barítono, la recepción oficial que había prevista esa noche tras su llegada, en el consulado español y a la que iba a asistir lo más granado de la sociedad.

Por otra parte, el recital, tanto tiempo esperado, tuvo que suspenderse. Se llevó a cabo, pero cuatro o cinco días después. Mientras los odontólogos españoles, en Tetuán, realizaban otra pieza nueva para la boca de Marcos Redondo. Ni que decir tiene que, aquella noticia, nunca se publicó en prensa. La censura lo impidió. Pero la historia ha llegado a nosotros gracias a aquellos murcianos residentes en Tetuán y que tuvieron que esperar unos días más antes de escuchar en la voz del barítono más famoso el celebérrimo Canto a Murcia de La Parranda.

Auto de Reyes Magos de Aledo

Son numerosos los lugares de la Región de Murcia donde, mañana día 6, se celebran los tradicionales Autos de Reyes Magos, que en la mayoría de los casos hunden sus raíces en piezas teatrales del siglo XVIII. Pero quizá el más antiguo de todos, y que tiene sus orígenes en la Edad Media, es el que se celebra en la localidad de Aledo.

El actual texto del Auto de los Reyes Magos de Aledo se debe al maestro Gaspar Fernández de Ávila. Data de 1784, aunque se basa en obras anteriores, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. De hecho, en la Catedral de Toledo se halló un manuscrito, fechado en torno a 1150, y que se llama Auto de los Reyes Magos, que está considerado como la pieza teatral más antigua de la lengua castellana. El libreto original de Aledo es un legajo de gran valor histórico y cultural, que consta de 1.589 versos, de los cuales, 1.531 son octosílabos.

Entre los textos primitivos se introducen alusiones a temas de actualidad y acontecimientos locales y nacionales. Es el caso de las célebres ´bombas´, que repasan en forma de versos octosílabos los principales acontecimientos del año anterior, siendo utilizadas como una crítica mordaz, pero sin mala intención, sobre personas o hechos concretos de la actualidad en el municipio aledano, la Comunidad Autónoma o España lo que lo hace, además, único de cuantos se celebran en la Región de Murcia utilizando estos versos. Llama la atención, asimismo, la participación de la Cuadrilla de Aledo en el auto de Reyes, interpretando las tradicionales ´Marchas de Pascua´ que son también partituras únicas en nuestra región.

Es, la de Aledo, una cuadrilla que destaca del resto de cuantas todavía hoy perviven en nuestra Comunidad al utilizar los clarinetes. Un instrumento de claro origen castellano. También es tradición beber, en esta mañana de Reyes, la típica ´mantellina´, una bebida única que solo se toma en aquellas tierras en estos días.

Refranes y coplas populares del mes de enero en la Huerta de Murcia

«Tengo yo comparado//niña tu rostro//con la luna de enero// y el sol de agosto».

«En enero//cásate compañero».

«El buey y el varón// en enero crían riñón».

«En enero sea frío o templado//pásalo arropado».

«Enero es caballero// si no es ventolero».

«Luna la de enero// y el amor siempre el primero».

«Si en la huerta nieva en enero// no será año fulero».

«Lluvia en la segunda quincena de enero// llenan cubas, tinaja y granero».

«El pollo en enero// cada pluma vale dinero».

Tradiciones de la Huerta y el Campo durante el mes de enero

El día uno se tenía como ´la cabañuela de las bellotas´ y que, si el día era bueno y acorde a la época, ese año, sería grande la cosecha de ellas. También, en los hogares más humildes, se solían comer uvas a mediodía del día uno, pues se creía que al comerlas tendrían un buen año en lo que a cosechas y dinero se refiere. Una tradición que para nada tiene que ver con la que vino, bien entrado el XIX importada de Francia, de tomar las uvas Nochevieja.

Nuestros huertanos y gentes del campo tenían esta vieja costumbre que habían vivido en sus casas desde niños. Señalar, asimismo, que en los siglos XVII y XVIII el día 3 de enero se celebraban misas especiales para invocar y honrar a santa Genoveva, pues se la tenía como abogada contra el mal de la lepra.

Es curioso señalar que los Reyes Magos eran tenidos, desde siempre, como abogados contra las epilepsias y también como ´santos protectores´ en los viajes. Se tenía la certeza de que ellos, que habían viajado desde Oriente para adorar al Niño, protegerían a todos aquellos que tuvieran que realizar un largo viaje a lomos de caballos o mulos. Asimismo, se decía que si un niño nacía entre el 4 y el 7 de enero y se le ponía el nombre de alguno de los tres reyes magos, esa criatura, nunca padecería el ´mal de alferecía´.

José Martínez Tornel

El año recién estrenado nos trae el obligado recuerdo y homenaje al periodista y abogado murciano José Martínez Tornel. Falleció este ilustre periodista el 11 de mayo de 1916, a los 71 años de edad. José Martínez Tornel había nacido en Patiño, en 1845. Hijo de José Martínez Romero, un humilde huertano labrador, y de Catalina Tornel Murcia.

Tuvo siete hermanos: Fuensanta, Isabel, Joaquín, Teresa, Antonio, Andrés y Francisco. Siendo aún un niño se trasladó a vivir a Murcia junto con su hermana Fuensanta a casa de sus abuelos y ahí se empezó a rodear de todo lo relacionado con la Iglesia. Creció bajo una fuerte educación religiosa.

Fue monaguillo en San Nicolás, después entró en las Escuelas de la Inclusa y, finalmente, ingresó en el Seminario Mayor de San Fulgencio, donde recibió una sólida formación católica que aparece reflejada a lo largo de su vida. Cuando su abuelo falleció, decidió irse a Madrid a estudiar Derecho, pero tras la insistencia de su madre regresó a Murcia.

Acabó licenciándose en Derecho en Valencia en 1896 y un año después ingresó en el Colegio de Abogados de Murcia. Aunque ejerció como abogado a lo largo de su vida, desde joven se sintió atraído por el periodismo y asimismo sintió gran interés por los temas de historia y las tradiciones locales, influido por el movimiento ´romántico tradicionalista´ imperante en esa época.

La pasión que Martínez Tornel sentía por el periodismo la mostró muy joven. Con 17 años, Rafael Almazán, director de La Paz de Murcia, le publicó unas décimas que él mismo había escrito dedicadas al duque de Rivas tras su muerte. Con 19 años ya colaboraba en los periódicos La Paz de Murcia y El Comercio, pero durante 24 años estuvo dirigiendo El Diario de Murcia, convirtiéndolo en el periódico de todos los murcianos con el lema «Un periódico para todos».

Cada día se podía leer la actualidad y opinión de los murcianos y no sólo la de la prensa de Madrid. Incluso, una vez cerrado El Diario, continuó escribiendo una columna diaria titulada Diario de Murcia en El Liberal hasta el día de su muerte en 1916.

La sequía en Murcia, el eterno problema

Desde tiempos inmemoriales la escasez de lluvia y la pertinaz sequía han venido siendo el azote para las tierras murcianas. Bien fuera en la huerta o en el campo. Pero el año 1750, uno de los peores de los que queda constancia por escrito en Murcia, la falta de agua, las constantes plagas de langosta y la ruina de las cosechas, fueron causa de un importante desastre económico y de una gran mortandad. La ciudad, Concejo y regidores, y el Cabildo Catedral con el obispo al frente, ya no sabían qué hacer ni a qué santos recurrir para paliar el desastre.

Tras un otoño e invierno precedente, el de 1749, especialmente seco vemos que el viernes 6 de marzo la ciudad acuerda que se escriba a los Señores Deán y Cabildo de esta Santa Iglesia Catedral, para que, en la víspera y noche de san Patricio, dispongan de un repique de campanas en la torre de dicho templo y que el Mayordomo lo diga al Señor Provisor para que lo mande ejecutar en todas las parroquias y conventos. Asimismo, se ruega a todas las comunidades para que asistan a la procesión, de manera que se lleve a cabo la fiesta con la mayor solemnidad, como patrón que es dicho glorioso santo de esta ciudad. Y de esa forma rogar su intercesión ante el Altísimo para lograr el beneficio de la lluvia.

Cuatro días más tarde, y ya de manera oficial, el Concejo, se dirige a las autoridades eclesiásticas solicitando empiecen a hacerse rogativas: «A causa de la sequía y la perspectiva de perder los sembrados, la Ciudad, acuerda escribir a los señores Deán y Cabildo para que dispongan la realización de rogativas y preces convenientes en tan importante asunto». Dos días más tarde, el jueves 12 de marzo, el Cabildo Catedral con el obispo de Cartagena despachan estos asuntos: «Se ven dos escritos del Ayuntamiento de esta ciudad. Uno pidiendo que se toquen las campanas de esta Santa Iglesia Catedral en la festividad de san Patricio, su Patrón, tal y como la ejecuta la ciudad en la festividad de su patrón san Fulgencio, Patrón de este obispado y que a la misma vez las intenciones de dichos repiques generales sean para implorar del Altísimo el beneficio de la lluvia.

El otro escrito recibido y despachado por su Ilustrísima tratase de la solicitud de rogativas para la lluvia que ya se necesita en los campos». Ambas cosas fueron aprobadas por el Cabildo y, concretamente, en el tema de las rogativas se acuerda lo siguiente: «Tráigase el sábado inmediato a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta a esta santa Iglesia Catedral desde su ermita en la sierra. Permanezca en este templo durante nueve días realizándose un novenario para pedir su intercesión. Cántese todas las tardes la letanía a canto llano, la Salve y motete con música».

Dos días más tarde, el sábado 14 de marzo de 1750, llega a la Catedral la imagen de la Virgen de la Fuensanta en especial procesión de rogativa. «En respuesta a la solicitud hecha por el Cabildo de la Ciudad, la tarde de este día se trae en la forma acostumbrada la milagrosísima imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta, celebrando misas de rogativa que permite el presente tiempo de Pasión. Asimismo, se recuerda a los señores párrocos por dónde pasará la milagrosa imagen canten Salve y letanías».

De nada sirvió aquel año la rogativa realizada con la imagen de la Virgen de la Fuensanta o el volteo general de campanas en honor a san Patricio pidiendo su intercesión. En la provincia de Murcia la sequía continuaba y el hambre hacía acto de presencia.

La Iglesia continuó con sus esfuerzos realizando cultos extraordinarios pues la situación en toda la Diócesis era ruinosa. Así, el lunes 13 de abril, «el Excelentísimo Señor Deán y Cabildo de la santa Iglesia Catedral de la Diócesis Carthaginensis comunican que aún no se ha logrado que llueva a pesar de las rogativas. Determinan hacer nuevas rogativas por medio de su Excelsa Titular y Patrona, Nuestra Señora de Gracia, la imagen de la Purísima Concepción de María Santísima y las santas reliquias de sus gloriosos patronos los santos de Cartagena.

Se extenderán durante nueve días con misa por la mañana y preces por la tarde implorando el tan ansiado bien de la lluvia. Asimismo, se acuerda que acabado el citado novenario pidiendo el don de la lluvia se saquen en solemne procesión las reliquias de los hermanos santos de Cartagena que se custodian en esta Santa Iglesia Catedral».

Pero tampoco estos cultos dieron el fruto apetecido y la provincia seguía sumida en una sequía que duraba ya casi un año lo que estaba causando, aparte de ruina económica, la aparición de enfermedades que en muchos de los casos se saldaban con la muerte de los enfermos.

Tal es así, que en el mes de junio «el Señor Don Francisco Rocamora, Regidor Mayor, informa a la Ciudad sobre las muchas enfermedades que se padecen en esta ciudad y su jurisdicción, muriendo algunos y extendiéndose el contagio de fatales consecuencias, por lo que, si le parecía al Ayuntamiento, se debía acudir de nuevo a la Misericordia divina para su remedio y escribir así mismo al Cabildo Catedral y Obispo de la Diócesis para que sirva determinar las preces convenientes para lograr tan alto fin».

Aquel verano, según las crónicas que nos han llegado, fue especialmente duro para Murcia pues a la falta de lluvia que no había llegado, las enfermedades producidas por la escasez de agua e higiene y la ruina económica con los graneros vacíos y falta de alimentos, se sumó una terrible plaga de langosta que asoló los campos de Murcia y de Cartagena. Y la sequía continuaba. El martes 17 de noviembre se vuelven a pedir rogativas: «Se acuerda por la Ciudad escribir a los señores Deán y Cabildo de esta Santa Iglesia a fin de suplicar a Dios Padre, con las preces que tengan convenientes para lograr el beneficio de la lluvia que tiene asolada a esta tierra».

Tres días más tarde, el Cabildo acuerda que se digan las preces en las misas privadas, pero no concede permisos para realizar rogativas públicas ni procesiones. Como podemos observar en estos documentos históricos el problema del agua y la falta de lluvia ha sido siempre una constante en la historia de Murcia, pues estos acontecimientos narrados pasaron hace 266 años y, hoy en día, seguimos inmersos en un largo periodo de sequía y sin muchas esperanzas de que la lluvia haga acto de presencia.