La Cárcel Vieja de Murcia se convertirá dentro de unos años en un centro multiusos donde se realizarán actividades lúdicas y culturales, si salen adelante los planes que tiene el alcalde de la ciudad, José Ballesta. El edificio de la avenida Primo de Rivera, que al ser Bien de Interés Cultural (BIC) solo puede ser rehabilitado y no reedificado, será escenario en el futuro de eventos para el disfrute de los ciudadanos, que probablemente no caerán en la cuenta de que en el interior de ese recinto sucedieron escenas de infamia. Si las paredes pudieran hablar...

Para que no se olvide nunca que la Cárcel Vieja fue un símbolo de la represión franquista, sobre todo entre 1939 y 1945, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Murcia, que ha solicitado que el edificio rehabilitado cuente con una sala dedicada a la represión de la dictadura franquista, organizó ayer una visita al antiguo centro penitenciario con unos antiguos inquilinos: José Fuentes Yepes, de 99 años, y José Castaño, de 98, dos de los cada vez menos supervivientes que quedan en la Región de la Guerra Civil Española (1936-1939).

José Castaño, que da nombre a un colegio en el barrio de San Antón, era un joven maestro republicano, miembro de la FUE y Unión Republicana (el partido del moderado Diego Martínez Barrio) que había estado en el frente y participó en la recuperación de Teruel por parte de las tropas gubernamentales en 1937. Tras caer Murcia en manos de las tropas rebeldes, en los últimos días de la contienda, los falangistas no tardaron en ir a buscarle a su casa y, acusado de un supuesto asalto a unos jóvenes derechistas, fue condenado a reclusión perpetua por «adhesión a la rebelión», precisamente por los que se habían sublevado contra el orden legal republicano.

«El infierno era el paraíso comparado con esto», afirma José Castaño, que fue apartado de su oficio de maestro, que no volvió a ejercer hasta que murió Franco. Ingresó en la Cárcel Vieja el 2 de mayo de 1939 y estuvo hasta mediados de septiembre, cuando lo trasladaron a Totana. «La vida aquí era muy dura. Entrabas y ya no sabías nada de la familia ni ellos de ti.

Recuerdo que el primer día me junté con dos que conocía, que tenían un plato con algo de comida y una cuchara, y al verme me invitaron a sentarme con ellos. Sobraba mucho plato...», relata José Castaño, que hasta hace bien poco ha seguido ejerciendo su oficio de docente. Recuerda que él pertenecía a un partido republicano moderado, por lo que no podían llamarle rojo. «Pero me lo dijo más de uno. Y me molestaba...».

A José Fuentes Yepes, padre del socialista José Salvador Fuentes Zorita, lo condenaron a la pena de muerte, también por adhesión a la rebelión, ya que había sido voluntario para defender la República. Antes de llegar a la cárcel murciana pasó por otros centros (en el convento de las agustinas, en la Seda). Con un pin de la bandera republicana y otro del PSOE en la solapa, José Fuentes recorrió ayer junto a su hijo las instalaciones de la cárcel y narró algunos de sus recuerdos. «Yo llegué con mi colchoneta y había tanta gente que teníamos que dormir de lado.

Cuando queríamos cambiar de postura, teníamos que ponernos de acuerdo para hacerlo todos a la vez». En cuanto a la comida, señala que el menú del día consistía en coles, muchas veces incluso en mal estado, que recogían en los huertos cercanos a la prisión.

La estancia de José Fuentes en la Cárcel Vieja fue una auténtica angustia, pues veía cómo cada día sacaban a reos para fusilarlos, en el patio de la prisión o en una tapia del cementerio de Espinardo. Estaba seguro que en cualquier momento le tocaría a él, pero por suerte para él ese día no llegó. «La Alemania nazi comenzó a sufrir reveses militares en la Segunda Guerra Mundial y entonces en España fue aflojando la represión», comenta su hijo, que fue presidente de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS).

La Cárcel Vieja, con capacidad para 300 personas, llegó a acoger a 4.000 reclusos en aquellos años. Los nombres de 282 de ellos, que fueron pasados por armas, así como los 400 murcianos que murieron en el campo nazi de Mauthausen, lucen hoy en la fachada del edificio. «Pese al sufrimiento, estábamos orgullosos de estar aquí», coinciden en decir.