Para Murcia, 2016 tendría que ser un año de celebraciones. No uno más del calendario. Será para estar a la altura de las circunstancias. Porque el año próximo se cumplen setecientos cincuenta de muchos y muy grandes hechos. Empezaré por la Pascua. Hace 750 años, en la villa de Alcaraz hubo una reunión del máximo nivel. Las dos monarquías más importantes del momento se reunieron en el castillo ganado a los moros para la causa de la Reconquista. Allí, a hombros de dos gigantes, se consolidó el destino de la Murcia cristiana. Al encuentro acudieron Jaime I de Aragón y Alfonso X de Castilla y León, con sus familias. Fue una Navidad (año 1265) en la que nada faltó. Los hijos, Alfonso y Violante, presentaron al suegro y padre, Jaime, a los crecederos nietos. Aquella Navidad propició besos, caricias, juegos... Y, entre bocado y trago, el yerno contó al padre de su reina lo mal que estaba el gobierno de Córdoba y Murcia con la revuelta de los moros. El aragonés, a quien tan de soslayo se ha estudiado en Murcia, indicó al castellano-leonés que volviera a Andalucía que él se ocuparía de ponerle en orden el gallinero murciano. Y a fe que cumplió como bueno. Pues lo era. Noble y leal como el que más. Un caballero. Setecientos cincuenta años hará el próximo de tan fausto suceso. Jaime I se puso en marcha a primeros de enero. Y, con más dificultades de las que mezquinamente se han venido glosando en estos pagos, fue sometiendo a su égida cuantas poblaciones encontró al paso: Villena, Alicante, Elda, Petrel, Elche... Y Orihuela, donde preparó la entrada en Murcia. El dos de febrero de 1266, Jaime I entró en la sublevada ciudad. Y, espada en mano, desde el Real de San Juan (qué pena que no se utilice este nombre, como tan sugerido tengo) se enseñoreó del lugar y ordenó la consagración de su mezquita mayor como iglesia catedral que debería honrar el nombre de Santa María, a quien el rey pidió que fuese objeto de adoración e intercediese ante su hijo para que acabara bien la empresa en marcha. Conseguido tal favor, el rey hizo cantar el Veni Creator Spiritus y oficiar la misa de Salve sacta parens. Desalojado de moros el alcázar, envió un mandadero a comunicar al yerno la reconquista. En el frente andaluz, Alfonso X saltó como un resorte y empezó a trabajar para que nunca más le madrugaran aquí el higo. Hombre de armas, de letras y de derecho, el rey castellano supo llegado el momento de legislar. Y vaya que si legisló. Aquel año, legisló como nunca. Por decenas se cuentan los documentos que validó con su firma, en uno con la reina doña Violante y sus hijos. De todos ellos, destaca el Fuero de Murcia, dado en Sevilla el 14 de mayo de 1266. A cuyo privilegio rodado, imprescindible para la organización y buen orden civil, siguieron dos concesiones de importancia para la ciudad: la celebración del mercado semanal de los jueves y de una feria anual. Sin querer queriendo, quienes montan el mercado todos los jueves y quienes acuden, honran al gran monarca. La feria mudó fechas que mal que bien se justifican, lo que impide promocionarla como «la Alfonsina» o «la Miguelica». Con tantas libertades y privilegios conferidos a la ciudad, Alfonso X «diole por armas çinco coronas de rey doradas en campo colorado». Cinco coronas de rey de una tacada. Nuestras primeras cinco coronas. Y luego..., su corazón. De buena parte de tan gloriosos sucesos se cumplen el próximo año setecientos cincuenta, que la Historia («fiel testigo de los tiempos», según Cicerón) no perdonaría a Murcia que no lo festejara como es debido. Comencé advirtiendo que 2016 tendría que ser un año de celebraciones. Y acabo reiterándolo: a la Asamblea, Comunidad, Ayuntamiento, Universidades y Moros y Cristianos corresponde tomar medidas. Servidor cumple con ponerlo en conocimiento de la autoridad competente. Por si tiene a bien oír.