La historia ha dejado genios de muchos tipos. Disparatados, atormentados, ególatras, tímidos o con afán de protagonismo. No hay reglas escritas. Antonio López encaja bien entre los humildes, esos genios que, aun siendo conscientes de su gran talento, se resisten a creerlo o darle importancia más allá del hecho de que viven por su arte, que es simplemente su forma de respirar.

«No sé si los pintores merecemos un reconocimiento así», decía este jueves en los pasillos de la facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Murcia antes de que empezara su acto de investidura como doctor Honoris Causa. El pintor, uno los máximos representantes del realismo, recibió agradecido el reconocimiento de una universidad, que se volcó ante tal ilustre invitado.

Pocas veces el salón de actos de la facultad, más que acostumbrado a acoger actos académicos y homenajes a ilustres, vive con tanta pasión la llegada de un invitado. A los alumnos y profesores de la facultad de Bellas Artes se les iluminaba la cara al paso del maestro por el pasillo. A su paso salían manos sosteniendo un móvil para poder captar un momento histórico. Y lo fue, incluso, para Antonio López; «nunca he vivido una cosa así», decía al inicio del homenaje de toda una Universidad y una ciudad que visitó por primera vez en 1973.

López confesó en su escueto y sencillo discurso de agradecimiento que desde su primera visita quedó «deslumbrado por la comida de Murcia, por sus pescados, sus guisos y sus verduras». Sus palabras de cariño a Murcia, que calificó de paraíso, fueron agradecidas por sus incondicionales, que a la salida apenas dejaban al pintor andar. Querían fotos y, sobre todo, dedicatorias en láminas y réplicas de algunos de sus cuadros. El más visto por los pasillos de la UMU fue el de la Gran Vía de Madrid, una de sus obras maestras. Seis años estuvo yendo al mismo punto a las seis de la mañana para captar los primeros rayos de luz sobre la emblemática calle; como recordó el rector, José Antonio Cobacho, que comparó la grandeza de López con la de Velázquez por, entre otras cosas, ser capaz de dar su lugar en el arte a todas las cosas y personas, incluso a lo insignificante, porque todo tiene una misión que cumplir en el lienzo.

Y mientras el mundo académico rendía el merecido homenaje a un genio, en segundo plano el protagonismo lo tenían las próximas elecciones al rectorado. En los corrillos pudo verse ayer a varios de los posibles candidatos. Francisco de Asís Martínez, José María Martínez Selva y Antonio Calvo-Flores -que finalmente irá en la candidatura de Juan María Vázquez- que acapararon gran parte de las miradas. Los dos primeros continuaban también ayer su línea de prudencia; es pronto, aseguran, para dar nada por sentado, y siguen insistiendo, en especial Selva, en que ahora están en la fase de reunir apoyos y saber si se puede contar con un programa serio y con opciones. Nadie duda de que Francisco Martínez competirá seguro. Las relaciones entre todos son buenas y para quienes observan desde la barrera la sensación es que el debate será interesante. Antonio Calvo-Flores, que no había hecho declaraciones públicas desde que se supo que renunciaba a ser rector por acompañar a Vázquez, explicaba ayer que está muy contento; «nunca he tenido aspiraciones personales», reconoció. Su intención, explicó, era dar continuidad al proyecto iniciado por Cobacho y está convencido de que junto a Vázquez tendrá una candidatura más fuerte.

El rector Cobacho, por su parte, se alejaba de los comentarios; «debo ser neutral», repetía desde esa tribuna en la que vivirá este proceso. Desde ahí observa cómo a sus vicerrectores la prensa les interroga para saber si acompañarán a Calvo y Vázquez en el equipo. Nadie suelta prenda, y entre tanto empeño periodístico por conseguir titulares, el predecesor de Cobacho en el cargo, el ahora consejero de Empresa, José Ballesta, bromeaba entre risas con los redactores: «No me descartéis», decía. Él sabe bien que quedan semanas y meses de muchos dimes y diretes, así que mejor tomárselo con humor.