Huele a primavera y a barbacoa en el jardín de la Seda. Esta no es la «primavera plomiza» de la que hablaba Miguel Ríos en su 'Huerta atómica' del 76. Es despejada, cálida y tremendamente acogedora. El termómetro se encarama a los 30 grados con una facilidad, que solo los que vivimos por estos lares podemos entender.

En la peña ´El rincón de Mireya´, que debe su nombre a una guapísima huertanica de 6 años, se reúnen en torno a unas viandas. Mª Dolores ha aportado un perol con «patatas cocías». Se percibe que al murciano de pro le gusta comer y, encima, es generoso porque gusta de compartir los frutos que da esta tierra con los demás. «Hoy vamos a disfrutar del día y, ya de paso, vamos a subir un poquito el colesterol», bromea Pedro, que ataca con fruición un minibocadillo de longaniza.

José, oriundo del barrio de San Andrés, ha montado una mesa en torno a un banco del parque. De menú: «empanada; tomate con aceitunas ´partías´; salchicha seca y michirones. Menudo festín.

No podemos dejar de mencionar a los de la peña El Palmar, que se arremolinan en torno a una mobilette ´velosolex´, de los años 60. Casi con total probabilidad que lucirá con gallardía horas más tarde en el desfile de Gran Vía.

Y, ¿qué me dicen de los oficios antiguos? Murcia todavía posee la nobleza de rendir homenaje a esos trabajos artesanales que todavía perviven entre acequias y ´caballones´: fumigador; garajista; aceitero; espartero o bolillero, para el que no lo sepa, el que hace encaje de bolillos. Son más de 30 los ciclistas que viajan en estas pequeñas joyas rodantes. «Esta fue la primera bicicleta con marchas», cuenta Marcos. Nos informa de que su bici tiene ya medio siglo. Y todavía anda.

Un gigantesco zeppelin surca el cielo despejado y, a buen seguro, que están tomando «las mejores instantáneas», comenta mi tocayo Caballero. Debemos parecer hormiguitas sobre esta maravillosa ciudad.

Unos guiris muy murcianos

Tropezamos en el jardín del Salitre con un grupo de los más heterogéneo. Una chica de Valencia cuenta que «esto es lo más parecido a las Fallas o, incluso, a los Moros y Cristianos de Alcoy». O sea, una fiesta. Le acompaña una murciana, María, que estudia de Erasmus en ´la isla verde´ y se ha traído a su amiga irlandesa. «Quiero que sepa cómo es la tradición murciana», comenta orgullosa. No tienen pinta de estar pasando un mal rato.

Emigramos a la Merced. El corazón universitario de la ciudad.

Un chico colombiano apunta y dispara con una Canon. Unos canadienses se empeñan en invitarnos a un trago, pero rehusamos el ofrecimiento con educación. Estamos de trabajo. «¿Are you having a good time?» («¿estáis pasándolo bien?»). Responden: «soy profesor de inglés, es mi primer Bando de la Huerta y esto es impresionante». De repente, dos chicas noruegas se unen a la conversación. Van vestidas de huertano, con un look un tanto sui generis. Aseguran que no habían visto nada parecido antes. «Es como Ibiza», comenta una. Pero a la murciana. Ahora entiendo eso de «son tus mujeres gala de tu palmar».

Para finalizar el recorrido, nada mejor que un paseo por la plaza de Santo Domingo, a la sombra de nuestro ficus centenario, porque el sol aprieta pero no ahoga. Aquí ya se ven más refajos de huertana, ambiente más familiar y los niños convertidos en los reyes de la Fiesta. Es inevitable pensar cómo vivían nuestros ancestros en esta tierra fértil bañada por el Segura. En este caso, la banda sonora la sugiere Plácido Domingo con su inconmensurable Canto a Murcia.