­Llegamos al jardín de La Seda y allí está, majestuosa y única como su nombre, la garza real. El sol consigue realzar sus virtudes, que sobresalen entre el resto de animales que parecen venerarla. Por tamaño, por bella y por imprevista.

Tanto elemento notable e inusual, llamó inevitablemente la atención de los vecinos de la zona, que alertaron de la presencia del animal. Niños y mayores se mostraban sorprendidos e incluso tomaban fotos del ave. Otros, quizá más asiduos al parque, ven a la garza como a un habitante más.

Entre esas personas perplejas se encuentra Joaquín Sibina, vecino de la zona, al que su edad le ha otorgado autoridad y experiencia para hablarnos de las aves del jardín y las de África, donde vivió varios años. «Me ha sorprendido el tamaño al desplegar las alas, pensaba que era un aguilucho», comenta. «Mira a un lado y a otro para ver si localiza carpas de las que se echaron en el estanque hace dos o tres años», dice.

Información que más tarde confirma Fina Illán, que pertenece al otro grupo, el de los no sorprendidos y contertulios. Regenta el bar del jardín desde hace 20 años y relata que «yo la veo a menudo, la real como ésta y la blanca, que es más pequeñita», afirma.

Los jardineros del parque, por su parte, aseguran haberla visto por los alrededores y cerca de la autovía. Algunos vecinos, pues, se preocupan por el estado de la ardea cinérea, desconocen si es este su medio adecuado, si se encuentra desorientada o enferma o incluso si el Centro de Recuperación de Fauna debería proceder a su captura. Jacinto Ródenas, perteneciente al departamento de Ecología de la Universidad de Murcia, señala que «en invierno la población de garzas reales aumenta en la Región y es más fácil de observar en parques y jardines que tengan algún punto de agua, por lo que no es algo tan fuera de lo común», aclara.

Parece entonces que, por el momento, nuestra real amiga tiene pensado seguir vistiendo su elegancia en seda y destellos de luz al sol.