Confundido entre una nube de chiquillos llegaba ayer a la plaza de Santo Domingo, más feliz que una perdiz, un poeta mayúsculo de las letras murcianas, Francisco Sánchez Bautista (Llano de Brujas, 1925), un octogenario observador y ocurrente, un pozo de sabiduría capaz de hacer reverdecer en sus libros esa huerta añorada que le vio nacer. Cualquiera pensaría que esos 18 adolescentes del Instituto de Educación Secundaria de Llano de Brujas, que lleva su nombre, eran los nietos que no tiene, pero así los considera el autor de 'Elegía del Sureste', 'La sed y el éxodo' o 'Tierras de sol y de angustia', que se prestó a una entrevista colectiva que los alumnos publicarán en un número especial de la revista del 'insti', 'La hoja bruja'.

Sentados en círculo en la terraza de la cafetería Sirvent, convertida en aula-confesionario, Sánchez Bautista saboreaba un café solo con sacarina -bajo un sol justiciero los chavales prefirieron granizado- mientras a petición de los estudiantes evocaba su niñez en Llano de Brujas, los viajes a El Esparragal con su abuelo materno, las peripecias de la mili en Cartagena, su etapa como cartero en Fortuna, su rechazo al panocho -"nunca me ha interesado, salvo algunas palabras, porque es una vulgarización del castellano"-, sus lecturas favoritas... "Yo nací en la huerta y me daba el paisaje en los ojos. Nos acostábamos en la sala y recuerdo que silvaban las tejas y nos quedábamos dormidos con el ruido de la lluvia. Salía y tomaba notas del paisaje y así hacía los bocetos de mis poemas. En mi obra 'Del tiempo y la memoria' todo sale del paisaje a la vista, y en 'Memoria de una arcadia' también", recordaba el poeta, que aprendió a leer con 8 años en la escuela republicana, en clases donde no había menos de un centenar de alumnos y en la modesta biblioteca aparecían fábulas de La Fontaine, de Moratín y Samaniego, antologías de poetas del XVIII...

El mismo día de la riada de la Bendita, en 1946, en la que un 80% de las casas de atobas de Llano de Brujas se desmoronaron -"caía el agua como en las cataratas del Niágara"- se fue a Cartagena a hacer el servicio militar en Infantería de Marina, una época prolífica para su afición literaria -"entonces tenía más ilusión que perfección"-, pues en sus desvelos por los chinches -"echábamos BDT alrededor del colchón"- se encariñó de los textos de Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán, Gabriel Miró... En la mili escribió sus primeros poemarios -'Tierras de sol y de angustia', 'Voz y latido', 'Elegía del sureste', 'A modo de glosa' y 'Cartas y testimonios'- y en Fortuna, "un pueblo hermoso y deshabitado" al que llegó en los años 50 como encargado de la oficina postal, leía de extraperlo al prohibido Miguel Hernández mientras descubría que la escritura se había convertido ya "en una imperiosa necesidad".

"La literatura -decía Sánchez Bautista a sus tímidos 'nietos'- es algo misterioso y si no te metes de cabeza va uno siempre dando trompicones". El poeta se siente satisfecho con su trabajo y nunca creyó en la inspiración sino en el trabajo diario: "El poeta tiene siempre la tristeza de no saber hacer mejor las cosas, pero intenta conseguirlo lo mejor posible. Por eso pido a los jóvenes de hoy que sean nobles y limpios, que no sepan mentir y que si tienen alguna afición que no la pierdan. Y si quieren escribir que empiecen leyendo ensayos de poesía y de filosofía, y libros de Alberti, de Juan Ramón, de Otero...".

Sobre sus proyectos de futuro, Sánchez Bautista es franco: "Los tenía cuando era como vosotros, pero ya no me dan ni préstamos. Mis proyectos han sido mi casa, mis hijas, mis libros y mis amigos, y con el tiempo todo se va perdiendo". Todo salvo su amor por Teresa, su esposa y la protagonista de un diario amoroso -"sin saltos mortales" y sin ese lenguaje soez y procaz que detesta- que se resiste a publicar. Para terminar la lección tempranera a sus paisanos de Llano de Brujas, se despide recitando, de memoria, uno de sus poemas más bellos, 'Teresa', ese en el que recuerda sus ojitos como cerezas y su acento de tórtola encelada.