Los 200 habitantes de la pedanía de La Puebla de Mula no daban crédito ayer al terrible suceso que acontecía en la localidad de Getafe la noche antes y por la que tres personas estrechamente ligadas a la pedanía perdían la vida. Dos niños, de 13 y 8 años, murieron presuntamente a manos de su padre, que terminó muriendo arrojándose a las vías del tren.

Todos los meses de agosto, la familia al completo se desplazaba hasta La Puebla de Mula para descansar durante varias semanas, siempre dependiendo del tiempo que permitiera la enfermedad de Alejandro que sufría parálisis cerebral, según decía siempre la madre de los pequeños. Entre tres semanas y un mes la familia, junto con los abuelos maternos, se dejaban ver por la pequeña localidad. Allí mantenían una estrecha relación con todos los vecinos entremezclándose con ellos como si fueran uno más. En ocasiones regresaban para las fiestas, que se celebran en el mes de octubre participando de todos los festejos.

El abuelo, Juan M., era natural de La Puebla, muy joven se marchó hasta Madrid donde formó una familia, pero sus raíces estaban en este pueblo muleño y siempre que podían regresaban. Aquí mantenían una casa familiar que habían reformado y que ahora permanece cerrada. El número 30 de la carretera de Murcia centraba ayer las miradas de todos los vecinos que pasaban alrededor confirmando incrédulos lo que había sucedido. «No puede ser verdad, el padre era una persona muy atenta y educada, siempre pendiente de sus hijos. Con Alejandro pasaba la mayor parte del tiempo. Lo llevaba a pasear todos los días y por la tarde lo llevaba al parque, incluso lo bajaba de su silla y lo agarraba para que pudiera caminar. Se desvivía por él», comentaba Isabel. «No he podido dejar de llorar desde que he conocido la noticia», añadió.

Marina era una niña encantadora, la definen los vecinos, «era monísima, con un pelo rizado precioso. Cuando por las tardes iba a jugar a la plaza iba siempre vestida como una princesa, era una niña muy querida», decían.

Un hombre tímido y correcto

«Era normal verlos durante los veranos, Raquel (la madre de los pequeños) adoraba este lugar, se sentía como en casa y mantenía una estrecha relación con algunas de las jóvenes del pueblo. El padre era más tímido y se relacionaba menos pero siempre muy educado y correcto. Por las noches se sentaba junto a Alejandro en las escaleras de su casa para tomar el fresco y nunca la faltaba una palabra amable para el pequeño», añaden.

El pedáneo de La Puebla explicaba que tanta era la implicación de los vecinos con 'los madrileños' que incluso se había instalado un aparcamiento para minusválidos junto a la casa donde residían para que el desplazamiento con el pequeño fuera más fácil.

Raquel y José Alberto, los padres de los pequeños fallecidos, estaban volcados en la enfermedad de su hijo. Habían formado, junto con otra familia de Madrid una asociación para discapacitados, Alma_Asociacion (con las iniciales de Alejandro y María la niña de la otra familia), y cada verano animaban a los vecinos a colaborar con ellos. Desde Alma organizaban actividades continuadas, muy ligadas sobre todo al deporte, incluso el próximo fin de semana tenían un torneo benéfico de fútbol con la colaboración del AD Alhóndiga de Getafe. «Su lucha era que Alejandro pudiera tener un futuro independiente, no querían que su hijo acabara en una residencia postrado en una cama», destacaban los vecinos. «Ellos sabían que no podrían cuidar siempre de su hijo y querían que pudiera tener una vida estable en el futuro. De hecho, los cambios que el niño presentaba cada verano eran espectaculares. Cuando empezaron a venir y el niño tenía cinco o seis años iba siempre sentado en su sillita pero en los últimos años podía caminar ayudado de su padre», decían.

La implicación tanto de los padres de los pequeños como de los abuelos era muy estrecha. «Llegaban al pueblo como si hubiera sido ayer cuando se habían marchado. Era lo más normal encontrarlos paseando, en el parque, con amigos o simplemente a la puerta de su casa disfrutando de la tranquilidad del pueblo». destacaban. Ayer todo era sorpresa, susurros increíbles y miradas tristes por el trágico desenlace de la vida de estos dos niños y su padre. La Puebla pierde las risas y la gracia de Marina, el entusiasmo de Alejandro por todo lo que le rodeaba y un padre preocupado por sus hijos. Todo lo demás quedará enterrado en sus corazones y en el silencio de la noche madrileña.