Nació el 1 de marzo de 1925. Dentro de unos meses cumplirá los 93 años. Es el varón más veterano de la pedanía de La Hoya, donde residen algo más de 4.000 personas. Le gana en edad una mujer que ronda los 100 años. Juan Antonio Sánchez Cifuentes se encuentra en plenas facultades tanto físicas como mentales. Camina cada día y está convencido de que «no haber fumado nunca, ni bebido. Comer frutas, alimentarse bien y no hacer cosas malas», es lo que le mantiene vivo. Ese es el consejo que lanza a la juventud asegurando que «es efectivo». Fue el mayor de seis hermanos, cuatro hombres y dos mujeres y asegura que ese «privilegio» fue el motivo por el que le tocaba hacer siempre todas las tareas que le encomendaban los padres. «Si había que ir a por agua, le tocaba siempre a Juan Antonio, si había que ir a por leña, lo mismo».

Nunca fue a la escuela aunque tuvo la oportunidad de aprender las primeras letras y números, gracias al maestro que su padre le puso en casa. Cuando estalló la Guerra Civil, tenía 11 años. Su padre tuvo que ir al frente y se quedó al frente de los hermanos junto a su madre hasta que el cabeza de familia regresó un año y medio después. Empezó a trabajar a muy corta edad en lo que entonces se podía: el campo y la agricultura. Recuerda que el primer jornal que recibió fue de 25 pesetas, trabajando en el Huerto El Chico o en la finca de San Julián. Si trabajaba regando durante la noche el sueldo se elevaba hasta las 50 pesetas. Su madre acudía los jueves al mercado de Lorca en el carro o en la burra y conseguía comida para toda la semana. Asegura que con 100 pesetas de entonces «había comida para toda la semana y ahora mi mujer con 50 euros va a la tienda y no trae nada».

Tras su experiencia en el campo probó suerte en la refinería de Escombreras, en Cartagena, hasta donde acudía cada lunes en bicicleta desde Lorca para engancharse a las 8 de la mañana. Durante la semana dormían en casa de un vecino. El sueldo era de 50 pesetas al día. Durante tres años estuvo viajando a Francia para participar en la vendimia de la poma, donde ganaba más de 50 pesetas. Después se hizo carbonero. Talaba la leña de cientos de pinos en la sierra del Zarcico, lindando con Aledo con la que hacían carbón. Por cada carga percibía 125 pesetas y tenían que transportar con animales el producto hasta el lugar donde el camión podía llegar. Su larga trayectoria laboral le llevó también a los campos de Chinchilla, para hacer la siega, donde la alimentación era migas, olla de cocido y embutidos. Dormían en el tajo y de sol a sol, soportando las inclemencias, pasando a veces frío, pese a estar en el mes de julio. Con el paso del tiempo ahorró lo suficiente para comprar seis fanegas de tierra, hacerse autónomo y plantar algodón, pimiento de bola y alfalfa.

«Nos quejamos de vicio»

Después de vivir tantas vicisitudes afirma que «ahora nos quejamos de vicio y no hay motivos para hacerlo» y recuerda que «cuando empecé a trabajar de pequeño todo era un calvario. Ahora todo es coser y cantar». Recuerda que el primer coche que se compró, un Renault 6, le costó 200 pesetas. También utilizaba la moto y la bicicleta, que por cierto, se la quitaron. Echa en falta las navidades de otros tiempos, «cuando se celebraba por todo lo alto con cuatro días completos de fiesta, desde la Noche Buena hasta el día de los Inocentes».

Se casó con Clementa Torroglosa Martínez cuando tenía 28 años de edad, «un poco tarde», dice. No disfrutaron del viaje de novios porque las circunstancias no lo permitían. Tampoco hubo celebración por el mismo motivo y todo se concentró en un encuentro familiar con la degustación de un arroz con carne para los más allegados.