Molina de Segura tiene la suerte de contar con hasta cuatro vecinos de cien años: Valentín, Ángeles, Caridad y Antonia. La localidad realizó un homenaje a los cuatro en el Teatro Villa de Molina. Con el teatro repleto de autoridades municipales, familiares y allegados a los protagonistas del acto, se vivió un homenaje emotivo y sincero a estas personas que han vivido casi todo el siglo XX.

El mayor de los homenajeados era, precisamente, el único varón de los cuatro: Valentín Fernández, que nació el 1 de julio de 1914, año en el que estalló la Primera Guerra Mundial. Como indicó uno de sus familiares durante el acto, vivió una infancia feliz y fue a la escuela durante su adolescencia. Residió en la zona de El Paraje, hizo el servicio militar en Barcelona y tuvo tres hijos.

Valentín plantaba productos en su huerta y cuando crecían los llevaba hasta el mercado de Molina para venderlos. La anécdota del acto fue que él mismo afirmó que «sus melocotones estaban más buenos y sabían mejor que los que venden ahora».

Ángeles Sánchez, de la Ribera de Molina, nació en 1915. Su sobrino pronunció sobre el escenario innumerables historias sobre su vida, como que ella lo llevaba cuando era pequeño a ver pasar el tren que iba de Murcia a Caravaca, o que la banda de música de la pedanía de La Ribera se detuvo este año bajo su ventana el día de la Virgen para tocar el 'Canto a Murcia' de La Parranda y ella los dirigía. Su sobrino indicó que Ángeles «tiene una alegría que todos deberíamos imitar, ya que le sale del corazón». Pudo aprender en la escuela e incluso se sacó el graduado. Fue hija de un concejal del consistorio molinense y sus familiares la recordarán siempre por ser una 'madraza'. Su sueño siempre ha sido montar en coche e ir cantando por las calles. «Mis dos claveles son mis hijos», concluyó Ángeles ante los aplausos.

La centenaria menor, con 101 años, es Antonia Lacalle. Su padre fue uno de los primeros maestros en ir por las zonas reprimidas del campo de Molina enseñando a los alumnos. 'La nena', como se le conoce, se casó en 1936, año en el que estalló la Guerra Civil, y es recordada en la pedanía de Campotéjar por su peculiar manera de ir a comprar al mercado de Molina: con una cesta en cada mano y un capazo encima de la cabeza. Su hijo indicó que, quizás, su secreto de eterna longevidad es que «se ha mantenido siempre de manera autosuficiente y ha llevado una alimentación austera, rica en frutas verduras y pescado».

«No voy al cine porque ya no hay»

Caridad Pujante, una de las homenajeadas, cree que ha llegado a los 102 años de edad por «trabajar mucho, tanto de día como de noche». 'La abuela de Molina' confiesa que de madrugada se iba a trabajar a una fábrica un par de horas y después por la mañana se iba a otra a revisar botes de conservas. «Lo peor es que he pasado hambre en los tiempos de la guerra y la posguerra. A veces tenía para llevarme almuerzo y otras no».

La molinense cuenta que fue a la escuela y le gustó mucho, y actualmente tiene hasta cinco generaciones de sobrinos que la ayudan a diario en su casa. Recuerda con mucho cariño cuando iba a los conciertos de la banda de música que su padre, el director José María Pujante, dirigía.

La recién homenajeada por su localidad cuenta que Molina parece ahora «una capital como Madrid», ya que cuando ella era joven las carreteras estaban sin arreglar, las principales calles del pueblo eran montes e incluso la Gran Vía actual del municipio era «un campo para plantar pimientos».

«A mí edad, no voy al cine porque en Molina ya no hay. En mi época, hasta en los días de trabajo el cine se llenaba, porque no había otra cosa. Ahora, con las televisiones e Internet, es raro que alguien vaya al cine. No trae cuenta. Molina se ha quedado sin nada», concluye la centenaria.