El sentido de la posada nos da pie para otear un tiempo en que la villa desarrolla una vida agrícola con el tránsito de arrieros y carreteros que habían de pernoctar por una noche o varios días en Fortuna, camino hacia otros lugares, lo que exigía la presencia de posadas, moradas donde conviven unos personajes que sabían de caminos y aventuras acompasadas con las inclemencias del tiempo. Es así que este hogar ocasional, necesario en los pueblos, ha sido un lugar de paso donde convivían personas de todo tipo, que en diversas ocasiones creaban situaciones complicadas con el posadero, que se las había de ver para forjar componendas precisas.

Desde luego en este momento apetece al cronista dar unas pinceladas sobre el significado que tenían tales aposentos, que nos llevaría a comentar situaciones y formas de vida de los forasteros que las ocupaban; lo que describo en mi obra relacionada con las posadas de la villa de Fortuna y donde en forma novelada presento una serie de sucesos con determinados arrieros y esquiladores que pasaron por aquellas, sin despreciar las tensiones de algunos personajes por razones amorosas. Lo cierto es que, en mis investigaciones por el siglo XIX de la villa, advierto la manera que tenía el concejo de arrendar cada año algunos de sus bienes, entre ellos la Posada Vieja, que le daba fluidos emolumentos, lo que no significaba que en ocasiones lo posada se quedara vacía por falta de licitadores.

En este sentido interesa el acuerdo que tuvieron los regidores de la villa, presididos por los alcaldes Miguel Bernal y Fernando Bernal en agosto de 1838, en el que se establecen las condiciones para hacer posturas en el arrendamiento de la citada posada, de la que se sabe era muy concurrida. Entre ellas estaba la satisfacción del abono por el arrendatario de lo estipulado, que, según la costumbre, había de hacerse en los meses de marzo, junio y septiembre. Se establecía que el arriero pagase sin rebaja ni descuento alguno, -por ningún caso fortuito ni eventual del cielo o de la tierra-. Había de pagar seis cuartos si fuera solo, que se incrementaba si llevaba mula o caballería. Si entrare carro con una mula pagaría real y medio y si fueran dos, el doble. Se evitaba que pudiesen licitar los que tenían deudas con el ayuntamiento. Con ello se daba curso a las formalidades administrativas, que se integraba por la admisión de posturas mediante el anuncio de ello a voz viva y en edictos acostumbrados. Se hacía posturas y se trataba de mejorar en sucesivas propuestas.

Conocemos por los trámites exigidos, que la única propuesta en el año indicado fue la del vecino de la villa Juan Lozano López, por la cantidad de 1835 reales, pues a pesar de procederse de viva voz a dar conocimiento de esta en segunda ocasión «hasta el toque de las oraciones» no se presentó persona alguna. Será en enero de 1839 cuando se acuerde definitivamente aceptar la propuesta del vecino. Con ello, el ayuntamiento y su alcalde constitucional Francisco Miralles pusieron fin al expediente. En idéntico documento paralelamente se otorga el arrendamiento de la Posada Nueva al vecino Benito Avilés por la cantidad de 1500 reales. De tal manera vemos la importancia de estos hospedajes en la villa como el interés de sus regidores por cumplimentar sus obligaciones de proceder a su arrendamiento anualmente, exigiendo al posadero las reparaciones oportunas para bien de sus clientes.

Pero este es el trámite frío de consignar la posada al mejor postor, sin tener en cuenta la vida que se desarrollaba en el interior de la posada vieja, de la que tantas anécdotas y leyendas cuentan los mayores con los que he conversado y que daría lugar a otro trabajo.