­Desde el accidente en Afganistán en 2004, la vida se tornó en una lucha constante y a contracorriente para el soldado Andrés Merino (Cartagena, 1976). Continuó ejecutando maniobras militares aun cuando arrastraba una lesión de tres hernias discales y después ejerció como legionario en Almería hasta que la columna se volvió a romper en una segunda caída en 2011, también de servicio. Siguió luchando: ya con seis hernias diagnosticadas, pasó dos veces por el quirófano y se le reconoció una minusvalía del 16%. Y aún soportó el golpe más despiadado, el definitivo: el soldado Merino quedaba en 2013 fuera de las Fuerzas Armadas por «insuficiencia de condiciones psicofísicas, ajena a acto de servicio», una medida decretada por la subsecretaría de Defensa. Es decir, estaba despedido y sin derecho a pensión.

Tampoco se rindió: Merino hizo pública su historia y la llevó a los tribunales. Y emprendió una caminata de 19 días desde Las Torres de Cotillas hasta Madrid, apoyado en sus muletas, para demostrarle al ministro de Defensa, Pedro Morenés, que «no estaba acabado» y que, por tanto, «podía ser readmitido» o, en su defecto, «cobrar una pensión compensatoria», la que el Ministerio le denegaba porque no admitía «una relación causa-efecto» con los dos accidentes, que achacaba a un «origen desconocido». El ministro nunca le recibió.

Tres años después y tras ver cómo le rechazaban dos recursos por la jurisdicción militar, el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de la Región de Murcia dio la razón al soldado: anulaba la resolución de 2013, declaraba que la lesión fue «adquirida con posterioridad a su ingreso en las Fuerzas Armadas» y fijaba su derecho a percibir una pensión.

Y, sin embargo, cuando la lucha había alcanzado la victoria, emerge el último revés: «El ministerio de Defensa todavía no cumplido la sentencia a fecha de hoy», revela a este diario Andrés Merino. Han pasado cinco meses desde el fallo (dictado el 18 de mayo de este año) y él no ha percibido la pensión. «No sólo han incumplido la sentencia», denuncia Merino, «sino que me intentan comprar con un pago único, cuando la sentencia es inamovible, es firme». Y detalla, molesto: «Me enviaron un correo electrónico ofreciéndome un pago único con una solicitud para que se la devuelva firmada y así me olvide de todo».

Residente en Burgos

Lo cuenta «indignado e impotente» desde un pueblo de Burgos, donde reside en casa de los abuelos tras verse obligado a abandonar Las Torres de Cotillas, la vivienda que moró con su esposa cuando era soldado. Tras rescindirle el contrato, se quedó sin trabajo, sin sueldo, sin nada: «No pude hacer frente a las facturas ni a la hipoteca, me quedé prácticamente en la calle». Merino y su mujer tienen seis hijos.

Y aún quería regresar al ejército, pese a todo. «Le decía a mi mujer: me pongo el uniforme y vuelvo. Ahora ya no», sostiene antes de zanjar: «Me han engañado. Mis jefes, que son quienes tenían que defenderme y protegerme, fueron los primeros que me dejaron tirado».

Hermano, primo y sobrino de militares y policías, Merino se había alistado por vocación. «Yo creía en esto, me encantaba mi trabajo. En el servicio militar me inculcaron unos valores y ahora me doy cuenta de que era todo mentira. ¿Para qué me he jugado yo la vida 14 años?».

Lejos quedaban sus tres meses destinado en Afganistán, truncados sólo dos días antes de volver a España, en el repliege de su campamento, cuando Merino se cayó de un camión que arrancó por error mientras recogían las tiendas de campaña y por lo que fue declarado 'apto con limitación de grado 3'. Atrás quedaba también su breve periplo «forzoso» en Viator (Almería) como legionario en la base militar Álvarez de Sotomayor, a pesar de que «me tenían que haber mandado a una oficina, a un sitio tranquilo», y donde sufrió «la caída más tonta del mundo». Un resbalón por unas escaleras cuando corrían para formar y la columna lo pagó de nuevo. Le implantaron seis tornillos de titanio y dos placas metálicas.

Otra partida a Madrid

El silencio sobre la sentencia del TSJ es la gota que colma el vaso. «Parece mentira que no me conozcan, que estos señores no hayan aprendido nada», dice antes de anunciar: «Estoy preparando la mochila y me voy para Madrid (esta vez en coche, no andando). Haciéndome notar es la única manera de que me hagan caso».

Pero esta vez no va a ser como la última, advierte Merino. «Entonces me prometieron que lo iban a solucionar. Ahora no tengo nada que perder; ya lo he perdido todo. Es lo único que me queda: o esa gente me paga y me da una pensión... Voy a por ellos. Esto acaba de empezar».