«Mi infancia y mi adolescencia las viví aquí, en El Consejero. Por tanto, mi patria, mi verdadera y única patria, tiene territorio. Un territorio físico y sentimental: El Consejero». Con estas emotivas palabras, haciendo suyas las palabras del poeta Rainer María Rilke, comenzaba anoche su pregón de las fiestas de la pedanía de El Consejero el periodista y jefe de Opinión de LA OPINIÓN, Ángel Montiel, en un escenario, la pista de tenis situada junto a la iglesia, abarrotado de vecinos y amigos de este lorquino que habilitaron un autobús para acompañarle en esta ocasión tan especial.

El propio Montiel dejó claro que la oportunidad de pregonar las fiestas del pueblo que lo vio crecer le ha conmovido hasta la médula. «Si necesitaba algo para volar -relataba- hace unas semanas recibí desde aquí la llamada de Rafael, una voz que no escuchaba desde hacía décadas, que me anunciaba: 'Queremos que seas el pregonero de las fiestas de El Consejero'. Nada podía haberme conmovido más». Al tiempo que daba las gracias «por aquellas años que conformaron mi vida».

Porque aunque nació un par de kilómetros más abajo, en la diputación de Río, un 11 de febrero de 1958, El Consejero era, como así recordó el pregonero, «el punto de encuentro de todos quienes vivíamos a ambas márgenes del río (...) era la casa de todos. Aquí aprendí a leer y escribir y a convivir, aquí despertaron mis primeras curiosidades sobre el mundo y aquí recibí las enseñanzas sobre los valores para intentar convertirme en una buena persona».

Ángel Montiel demostró que no reniega de sus orígenes y realizó un emotivo repaso de su infancia marcada por importantes figuras familiares como su abuelo paterno, Ángel El Rojo, «que era alérgico al siglo XX, no reconocía ni admitía ninguno de los inventos mecánicos»; su abuela materna, Olalla, que se enfadó con él porque cuando salía en la tele, lo saludaba y éste no le devolvía el saludo; su maestro, Don Trinidad, «a quien le debo todo», y, por supuesto, el cura, Don Cristóbal, «el hombre que nos cambió la vida a todos. A mí, desde luego».

Y, por supuesto, tuvo un cariñoso recuerdo hacia sus padres, Ángel y Catalina, «que ya no están», a sus hermanas Cati y Lali, «a mis tres sobrinas carnales, Julia, María Ángeles y Ana, a mi sobrino Ginés, a mi mujer Elena, a sus hermanos Eduardo, Concha y Santiago, a mis cuñadas Mariqui y Sonia, y otra ristra de sobrinos: Santiago, María del Mar, Eduardo, Sandra y la pequeñita Marta».

Y tras repasar su infancia confesó ser un hombre «rico en afectos» que dispone «de todos los ingredientes para ser feliz» y que trabaja, desde su fundación, en un periódico, LA OPINIÓN, que es como mi casa y donde se me aprecia».