El repentino fallecimiento en Roma del párroco de la Asunción de Molina de Segura, don Ramón Jara Gil, causó una gran consternación en el mundo eclesiástico y en las poblaciones donde ejercitó. Nacido en Ceutí el 8 de marzo de 1940, era hijo de Vicente Jara Mira y Carmen Gil Jara, siendo el pequeño de cinco hermanos: Vicente, Victoriano, Ezequiel, Carmen y él mismo. Una familia vinculada al ramo de las conservas vegetales. Sus primeros años como estudiante transcurrieron entre las escuelas de su pueblo, el instituto Alfonso X El Sabio, interno en los hermanos maristas y el Seminario Diocesano, y entró a los veinte años en el de San Fulgencio. El 28 de junio de 1967, con 27 años cumplidos, fue ordenado sacerdote por el entonces obispo de la diócesis, don Miguel Roca Cabanellas, en la iglesia de San Bartolomé y Santa María.

Su ejecutoria sacerdotal fue muy larga y prolífica: comenzó en una zona marginada de Cieza (1967-69), de ahí pasó a dirigir conjuntamente las parroquias de la Virgen de los Desamparados en el Cenajo, coincidiendo con la construcción del pantano, y la de San Antonio de Padua, en Minas (Albacete), donde llevó la luz eléctrica y fundó un teleclub. Pasó por San Basilio, en Murcia y fue nombrado delegado nacional de la Juventud de Acción Católica, en Madrid, etapa de Juan Pablo II. Llegó como coadjutor a San Miguel, en la capital, con mensajes a veces no bien interpretados por algunas partes. Entre 1971 y 1976 fue consiliario diocesano de la Juventud de Estudiantes Católicos, que alternó con la dirección espiritual en el Infante Juan Manuel. Los siguientes dos años ejerció como cura ecónomo en San Basilio el Grande y profesor del Instituto del Infante. En 1980 fue designado delegado diocesano de la Pastoral Juvenil y director de la Casa Diocesana del Apostolado Seglar, permaneciendo siete años. De inmediato, en 1990 se le designó la parroquia de Nuestra Señora del Carmen en Murcia, que alternó con la de profesor de instituto del mismo barrio. Entre 1994 y 1996 fue director del Secretariado Diocesano de Hermandades y Cofradías, y en esa misma etapa, durante cinco años, rector conjuntamente de los seminarios San José y San Fulgencio de la capital. Paralelamente era consiliario superior del Cabildo de Cofradías.

En septiembre de 1999, sustituyendo a don José Carrasco, arribó a la que sería su última parroquia, Nuestra Señora de la Asunción, en Molina de Segura. Su estancia aquí representó un antes y un después en el devenir del templo. Impulsó sobre todo el acercamiento a la Patrona, la Virgen de la Consolación, su santo y seña, el apoyo a las cofradías, elevando las comuniones al máximo. Las catequistas siempre fueron su ojito derecho, y su gran amor los niños, a los que llamaba «petarditos» (los más pequeños) y «petardos» (los mayores), y sus grandes pasiones, la Patrona de Molina y el Patrón de su pueblo natal, San Roque. Promocionó mucho los coros. Dieciséis años de total implicación, infatigable, dejó una huella imborrable en esta etapa. Fue también miembro del Consejo Presbilateral de la Diócesis, arciprestazgo de Molina de Segura y también presidente de Cáritas de la misma localidad.

Su último y definitivo viaje fue a Roma, la ciudad eterna, con motivo de la apertura de la Puerta de la Misericordia, que se abrió el día de la Inmaculada. Iba acompañando a 23 feligreses en un viaje en avión iniciado el día 5. Ya lo afrontó flojo de salud, con un problema cardiorrespiratorio pulmonar. El sábado por la noche lo pasó bastante mal, y aunque se recuperaría levemente, desde el hotel lo trasladaron al hospital, acompañándole varios sacerdotes. Nada se pudo hacer por su vida, el día 7 de diciembre, a la una de la madrugada, pereció, causando una gran consternación. Los peregrinos velaron desconsoladamente el cadáver. El obispo de la Diócesis, José Manuel Lorca Planes, presidió una vigilia en la parroquia el lunes por la tarde, paralelo a un acto similar en la capital italiana. Incomprensiblemente tardaría doce días en ser repatriado, entrando en Molina con campanas al viento. El viernes 17 se le hizo una multitudinaria despedida en su iglesia, a reventar, con la presencia del vicario, Fernando Valera, una misa solemne con miles de personas en la calle. Se refrendó el día después, en Ceutí, en la parroquia de San Roque, donde se desplazaron cientos de molinenses para darle su último adiós. Se fletaron autocares gratuitos. Fue una invasión, entre ellos nuestro alcalde, Eduardo Contreras, los concejales y el expresidente autonómico Ramón Luis Valcárcel. Fue enterrado en el cementerio de donde nació.

Ramón Jara era un firme defensor de la unidad, la vida, le gustaba arreglarlo todo; era un gran apasionado, generoso con todo el mundo, le gustaba dejarlo todo planificado y le encantaba invitar a la gente. Destaco sus aficiones: la fotografía, el cine, contar chistes, viajar (sobre todo los fines de curso), habiendo quedado frustrados los de Cáceres y Portugal, y también fue un gran seguidor del Atlético de Madrid, su equipo del corazón. Fue sin duda, un adelantado a su tiempo, un obrero de Dios.

Durante estos días tan difíciles, su coadjutor y discípulo espiritual, el joven de 28 años, Jerónimo Hernández Almela, que cantó misa en julio, llevó todo el peso, con un gran respeto, cariño y envidiable entereza.