Un día antes de que el Papa Francisco abriera la Puerta Santa del Vaticano, el corazón de Ramón Jara Gil (Ceutí, 1940) se detenía en la madrugada del pasado lunes en Roma, muy cerca de la Basílica de San Pedro. La noticia, repentina e inesperada, sobrecogió al grupo de 23 parroquianos de Molina de Segura con quienes había peregrinado a la ´ciudad eterna´ para conmemorar la inauguración del Año de la Misericordia. Aunque súbita, la muerte le alcanzó con «las botas puestas», como así describen quienes le conocieron, «porque le llegó como hizo toda su vida: sirviendo a su pueblo y a su Iglesia».

La pérdida de don Ramón, como muchos fieles le llamaban en el pueblo, deja huérfana a una parroquia, Nuestra Señora de la Asunción de Molina, a la que el sacerdote volcó su devota generosidad en los últimos 16 años, y conmociona a una comunidad cristiana que siempre le sintió como uno de sus pastores más queridos. «Su muerte nos deja doloridos», enunciaba el obispo de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, quien asistió el pasado lunes a la eucaristía por la Inmaculada para velar por la memoria del párroco.

El templo se llenó para una misa que no era exequial, cuya fecha no se puede confirmar aún hasta que repatríen su cuerpo sin vida; pero más de 600 fieles acudieron a la eucaristía tras conocer el fallecimiento de su párroco. Entre ellos había centenares de jóvenes, la mayoría antiguos alumnos de don Ramón, «que fueron su pasión», como recuerda el sacerdorte Jerónimo Hernández y vicario parroquial. «No recuerdo iglesias más llenas que las celebraciones que hacía él con los niños».

Y es que la dilatada andadura de don Ramón está marcada por sus años al frente del Seminario, cuando lo dirigió como rector de San Fulgencio y San José entre 1994 y 1999. «Era el apóstol de los jóvenes», destaca el padre Manuel Verdú, que fue su alumno durante un año y medio, y posteriormente le acompañó como diácono y coadjutor en la parroquia de Molina. «Era muy amable, nos ayudó mucho en nuestra vocación porque transmitía mucha confianza», rememora.

La entrega a la educación de los jóvenes ocupó el gran pilar de su vida, pues desde 1971 hasta 1986 fue consiliario diocesano de la Juventud Estudiante Católica. También ejerció entre 1980 y 1986 como delegado de la pastoral juvenil de la Diócesis y después, entre 1986 y 1990, fue responsable del departamento de la juventud en la Conferencia Episcopal Española.

Antes, atendió la dirección espiritual del instituto Infante Juan Manuel, además de trabajar como profesor durante siete años. Una labor que retomaría en 1990 en el instituto El Carmen hasta 1994, cuando fue designado rector del Seminario. No en vano, siempre gozó del cariño del entonces obispo Javier Azagra.

Su talante era «acogedor, abierto y alegre», como dice Jerónimo. «Era ejemplar y entregado», detalla Manuel. Don Ramón no dudó en ayudar económicamente a quien lo necesitó en Molina: costeó alquileres, pagó las facturas de la luz, dio trabajo, «y nunca alardeó de ello, fue siempre discreto y humilde». Así entendía su misión don Ramón desde que empezó como coadjutor en Cieza en 1967 tras ser ordenado presbítero en el parroquia de San Bartolomé-Santa María en Murcia por el sacerdote Miguel Roca Cabanellas.

Después fue el cura de la Virgen de Desamparados de Cenajo y el coadjutor en la iglesia de San Miguel en Murcia desde 1971 a 1977. Ulteriormente, en 1990 obró como párroco de la murciana Nuestra Señora del Carmen hasta 1994. La Semana Santa fue otra de sus debilidades, pues fue consiliario del Cabildo Superior de Cofradías de Murcia entre 1994 y 1999.

Don Ramón descansará en Ceutí, como era su deseo expreso, al lado de sus padres, aunque antes la parroquia le dedicará un responso en Molina, que despedirá agradecida a uno de los suyos: a su vecino más entregado.