A lo largo de los años 80, cuando el Partido Socialista ejercía en esta Región una clara hegemonía social y política, tuve la oportunidad de colaborar con toda una generación, irrepetible e inolvidable, de alcaldes, que inspiraron una serie de políticas municipales que, en mi opinión, contribuían decisivamente a dicha hegemonía. Una gran mayoría de ellos se organizaron a través de un grupo de innegable afinidad política que dió voz a los pequeños pueblos de nuestra Región y de los que, según propias palabras de uno de ellos, yo era el general y él el comandante. Se llamaba Silvino Jiménez, o Silvino a secas, primer alcalde constitucional de Alguazas, como a él le gustaba reconocerse, y que el pasado domingo, un día importante para todos los que hicimos la transición en Murcia, nos dejó; no podía morir un día cualquiera un personaje tan singular como fue Silvino: lo hizo cuando toda España, y lógicamente Murcia, conmemoraba la aprobación de la Constitución, que tanto y tan positivo ha procurado para nuestro pueblo.

Silvino era una persona de profundísimas convicciones, que defendía hasta sus últimas consecuencias; no era fácil cambiar sus opiniones que, siempre, eran fruto de un proceso de reflexión salido desde lo más hondo de sus creencias.

Era un socialista de raíz, de los que siempre están cerca del pueblo, de clarísima convicción municipalista, desapegado del poder, uno de esos docentes, profundos amantes de su profesión, que siempre fueron un claro vivero de la izquierda democrática que luchaba por traer la libertad y que, durante algún tiempo, tuvieron que abandonarla para ocupar cargos políticos y que volvieron a ella cuando tuvieron oportunidad.

Era un referente regional, aun cuando solamente una vez formó parte de la ejecutiva regional, siendo por aquellos entonces diputado regional y vicepresidente de la Asamblea Regional; aunque de lo que siempre presumió fue de ser alcalde de su pueblo, Alguazas, que de su mano dio un salto importante en su desarrollo y en ser reconocido en la geografía regional. Siempre me decía que quería que en su epitafio se escribiera: «Aquí yace un socialista, que fue alcalde su pueblo».

Riguroso y tremendamente ordenado, siempre dispuesto a decir la verdad, costase lo que costase, profundísimo amigo de sus amigos y en cuya casa, de la mano de su, nuestra, querida Rosarito, siempre había un vaso de vino y una buena compañía, valiente y decidido, cercano y tierno, a pesar de su profunda voz y su tendencia a la crítica€ No es fácil definir tantas y tantas virtudes que adornaron a una persona como Silvino en unos momentos en los que todavía estamos bajo la conmoción de la tragedia que nos inunda con su muerte. Fue un político con perfil propio, un sirviente convencido del pueblo llano, un profesional vocacional de la docencia y una persona irrepetible, de cuya bonhomía y honradez, tan necesarias hoy, nadie, ni siquiera sus adversarios políticos, ponen en duda.

Con su desaparición desaparece una parte de la historia de nuestra Región, un referente regional de aquél partido socialista, pujante, que modernizó nuestros pueblos y para todos los que tuvimos oportunidad de estar cerca de él, desaparece un compañero, un amigo, un hermano... Nadie podrá nunca cubrir el enorme hueco que me, que nos, dejas. ¡Hasta siempre, comandante!