El alfar del Subidor es el último horno alfarero de Jumilla. La construcción, que data del siglo XIX, fue regentada por una familia de alfareros, procedentes de Isso y de apellido Villena, que instalaron allí tras arrendar y después comprar la alfarería.

El paso de los años y lo que conlleva (abandono, suciedad, acciones vandálicas), ha hecho que la vida del inmueble histórico peligre. Sin embargo, el último horno alfarero de Jumilla sigue vivo y será en el futuro uno de los atractivos turísticos del casco antiguo de Jumilla y en concreto de la ruta por el Primer Distrito que lleva hasta el Subidor al Castillo. El Ayuntamiento de Jumilla ha iniciado los trabajos para recuperarlo, ya que es de titularidad municipal, y hacerlo visitable.

En una primera actuación, que ya se ha llevado a cabo en el alfar del Subidor, se ha procedido a la limpieza del patio y del techo, tanto del horno como de la casa-cueva que servía como lugar de trabajo y almacenaje. También se ha derrumbado parte de la pared que tapiaba el patio con el objetivo de colocar una puerta.

En una siguiente fase se restaurará el horno, al que se le ha colocado una protección en su techumbre de forma provisional para evitar que siga entrando agua cada vez que llueve. También se reformará la casa cueva, a la que se dotará de luz eléctrica y restaurarán las puertas, que todavía se conservan aunque en muy mal estado. Se desconoce la fecha exacta de su construcción, aunque debe estar dentro del siglo XIX, guardando el estilo propio de los hornos de la mitad del siglo XVI.

Una historia en torno al barro

Josefa Villena se casó con el jumillano José Martínez Tomás, que mantuvo el oficio y tradición de la familia de su mujer, lo que le valdrá el apodo de 'El Cantarero', de aquí que el alfar se conozca como del Subidor o del Cantarero. Él y su hijo, Juan Martínez Villena, mantuvieron la actividad hasta el estallido de la Guerra Civil. Es después cuando deja de funcionar el alfar al cien por cien.

El nieto, José Martínez, hará esporádicamente alguna cocción, pero más como complemento a la economía familiar que como negocio.

Lo que fabricaban fundamentalmente era lo que se denomina cerámica popular o basta: cántaros, macetas, botijos, cocioles, jarras, etc. Todo ello sin decorar, salvo unas mascarillas que hacían a molde para pegarlas en los cacharros. De hecho, en el Ayuntamiento están expuestos algunos cántaros que salieron de aquel horno.