­Ni vencedores, ni vencidos, ni invasores, ni invadidos. Solo muerte. Éste fue el frío resultado que tres años de guerra (1936-1939) trajeron a España. Muchos quieren olvidar, pero otros no pueden. Los supervivientes aún viven con la agonía de saber dónde están sus seres queridos, en qué carretera perdieron su vida, en qué cementerio, en qué fosa común fueron enterrados en el olvido para siempre de unos, pero en el pensamiento diario de otros.

Es el caso de Juan José Martínez Sánchez, natural de Caravaca y que falleció por colapso al corazón debido a una tuberculosis el 25 de septiembre de 1942, mientras estaba encarcelado en el Penal del Fuerte de San Cristóbal en Pamplona. Tenía 42 años de edad. Aunque la historia lo diera por olvidado, su familia siempre lo llevó en el corazón.

Juan José, como tantos otros, fue encarcelado sin motivo aparente. Alpargatero de profesión, con ideas republicanas, sin llegar a estar afiliado a ningún partido, su gran pasión siempre fueron los palomos, afición que le llegó a costar la vida. Tras una discusión con otro palomista del bando contrario, éste lo acuso de estar presente en los fusilamientos que el Bando Republicano realizó en la explanada del castillo en 1939. Aunque declaró que Juan José no fue ejecutor, sí lo acusó de estar presente aquella fatídica noche. Sin juicio, fue encarcelado en Caravaca, trasladado hasta la cárcel provincial de Murcia y finalmente, ingresó en el penal del Fuerte San Cristóbal de Pamplona, donde falleció tres años después debido a la tuberculosis.

¿Dónde está mi marido?

Su nieta Toñi Hernández recordaba para LA OPINIÓN la obsesión que tuvo su abuela, Antonia Caro, con recuperar los restos de su abuelo. «Ella falleció sin saber dónde estaba su marido, obsesión que trasmitió a mi madre, que por fin verá descansar en paz los restos de su padre». Toñi explicó que «de nada le sirvió a mi abuelo los testigos que aseguraron que él no estuvo presente aquella noche en el castillo». Tras el fallecimiento de Juan José, su esposa Antonia y sus hijos no tuvieron más remedio para partir a Barcelona, tras quitarle la ayuda social y ante el temor de represalias. Allí fue donde la familia echó raíces y donde Antonia falleció. «Mi abuelo era hijo único y mi abuela solo tenía un hermano, que era del bando contrario y nunca más tuvo relación con ella», aclaraba Hernández sobre los vínculos familiares de sus abuelos.

«Siempre fue la obsesión de mi madre, y hace dos navidades mi sobrina Nuria se puso a buscar por Internet y dio con la Sociedad Txinparta para la memoria histórica y con Koldo Pla, a quien quiero agradecerle el trabajo que ha realizado», manifestó Hernández, quien además expresó que su madre siente «satisfacción por haberlo encontrado, pero mucha rabia por todo lo que sucedió».

La memoria, que aunque perdida no olvida, rescató de la fosa número 22 fila 2 del Fuerte San Cristóbal de Pamplona a Juan José Martínez, que en breve descansará para siempre donde un día volaron sus palomas en libertad.