En 1998, el papa Juan Pablo II concedía a Caravaca la distinción de Ciudad Santa, junto con Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Santo Toribio de Liébana. En el 2002, Benedicto XVI – entonces el cardenal Ratzinger– presidía una eucarística en la explanada de la Basílica y, bajo la intercesión del padre carmelita Jesús Castellanos, concedía al Real Alcázar Santuario la distinción de Basílica menor dependiente de San Juan de Letrán en Roma.

Durante la celebración de los dos primeros años jubilares in perpetuum, varios millones de visitantes pudieron descubrir que Caravaca es una ciudad situada en el Noroeste, algo que hasta entonces era bastante desconocido.

La cruz patriarcal de doble brazo estuvo muy presente en las órdenes religiosas que partieron al Nuevo Mundo para su evangelización. Prueba de ello son las reproducciones que se pueden ver en San Miguel de las Misiones (Brasil), en cuyo escudo de la ciudad aparece el signo; en Santo Tomé, en la provincia de Corrientes (Argentina), o en la céntrica avenida Cristo Rey de La Habana (Cuba).

Cuando el símbolo cristiano viajó al Nuevo Mundo, muchos lo tomaron como un objeto fetiche, un imán de la buena suerte y con poder sanador, una corriente extendida también en España que pasó sin vincular su nombre a la ciudad murciana.