­Lleva 4.000 kilómetros a sus espaldas, compartidos durante 60 días con sus dos compañeras inseparables de viaje: su bicicleta y su flauta. El muleño Juan Manuel Zapata ya ha puesto fin a un viaje «místico» que empezó en Roma en julio y le ha llevado por las ciudades santas de Santo Toribio de Liébana, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz, donde llegó ayer justo para escuchar la misa de las siete de la tarde en la iglesia de El Salvador.

«Ha sido un encuentro conmigo mismo, pero siempre mirando hacia Jesús», confiesa este profesor de música, de 33 años, que ha decidido emprender este viaje justo cuando ha cumplido la edad de Cristo. «Es mi particular homenaje hacia Él», aclara.

La soledad ha sido uno de sus enemigos en el camino, sobre todo al principio, cuando bajó del avión y puso un pie en Roma, una ciudad distinta, con gente que hablaba otro idioma, donde llegó a sentirse perdido y desorientado. Sin embargo, nunca desfalleció. «Me sentía vivo cuando veía la miseria y pensaba en la suerte que tenía por poder dedicar este tiempo a mi aventura particular», añade.

También se ha cruzado «con mucha gente buena» que le ha acogido y le ha ayudado en los momentos en que empezaba a cundir el desánimo. Y es que parece que la diosa Fortuna le ha cogido de la mano para guiarle por el mejor camino. «Estaba en Roma y llevaba prácticamente dos días sin dormir. Iba deambulando por las calles cuando, de repente, aparecieron seis monjas y me acogieron en su albergue», recuerda con emoción.

Ha pedaleado hasta diez horas diarias y recorrido, a veces, hasta 140 kilómetros al día, un esfuerzo casi sobrehumano al que apenas da importancia. «El cansancio sólo me afectó los diez primeros días porque no lo notas cuando vives con fe una aventura como ésta». Sin embargo, con lo que no ha podido lidiar es con la tristeza que supuso la pérdida de un familiar en medio de su peregrinaje. «Mi familia no me lo dijo para que no me preocupara, pero sentí en el alma no poder haberme despedido de esta persona tan especial», recuerda con la voz entrecortada.

Juan Manuel ha ido buscando «la hospitalidad cristiana» en un viaje muy austero y sin despilfarro. Ha ido de un lado para otro cargado con dos alforjas en las que llevaba agua, algo de comida, aceite de oliva y un poco de ropa: un chubasquero, un maillot de repuesto, la bolsa de aseo, sus libros de oración, una flauta y su diario, en el que ha ido anotando sus vivencias día a día. Posiblemente de esta experiencia salga un libro para el que el muleño ya tiene nombre, Por cuatro santas y una sagrada. «Para mí, Roma, Santo Toribio, Santiago y Caravaca son ciudades santas, pero mi ciudad natal, Mula, es sagrada», aclara.

Precisamente Mula es su meta, donde está su casa, su familia. Juan Manuel ya sabe cómo será su entrada triunfal: con una rosa y un gran abrazo para su madre.