La noche del lunes reunió en el mismo escenario la innovación de la mano de Diego 'El Cigala' y la tradición más relumbrosa a cargo de Merche Esmeralda, arropada por el cuadro de baile de Manolo Marín.

Diego 'El Cigala' es flamenco y en sus caudales hay sangre gitana, pero el arte tiene mucho de trabajo y de precisión, de auto exigencia, que parece por momentos que este cantaor ha descuidado desde hace tiempo. No por ello desmereció la tensión de su modo tan particular de interpretar los cantes, fiel al sentimiento desgarrado y cercano a un público que lo entiende en sus pretensiones de modernidad.

Las comparaciones matan y esa lógica se le ha aplicado mucho, hasta el punto de llegar a producir estancamiento. Pero Diego canta y así lo hizo conocedor de la ortodoxia por tangos, la soleá y la bulería. Al comienzo la toná fue marcada por el ritmo de la percusión que dio paso a la recreación de su trabajo homenaje a Picasso. Su presencia está avalada por los éxitos con el pianista cubano Bebo Valdés, por lo que no faltó una dosis de boleros, acompañado por una banda de músicos de estudio y la guitarra flamenca de Diego Morao.

El espectáculo estuvo servido durante casi una hora y media, en la que se echó en falta tensión e improvisación, ausencia de magia y sabor para el gran número de elementos que había sobre las tablas. Facultades no le faltan, que lo demostró pero la entrega y la concentración son harina de otro costal.

Con la danza llegó la profundidad y calor del arte en movimiento. A Manuel Marín, que brilla en la didáctica del baile como las estrellas que han pasado por su fragua, le debemos la fortuna de haber conseguido el retorno a la escena de Merche Esmeralda, que durante tres años ha estado apartado de los escenarios.

El espectáculo fue sencillo, no más que baile sobre el flamenco, pero con tanta hermosura y entrega que emocionaron desde el primer paso. La sencillez no estuvo reñida con la profundidad y menos aun con la rotunda belleza que derramó Merche Esmeralda con su fuerza templada, absolutamente expresiva en cada uno de sus movimientos.

La bata de cola se deslizó ensalzando la maestría en cada giro, en cada braceo, en cada desplazamiento que envolvía de luz y de pasión, en un dominio absoluto de la soleá. Aleación entre juventud y madurez, entre sabiduría de pozo honda y fuerza de riachuelo, que se dio entre Javier Barón, Adela Campallo, Rafael Campallo, Merche Esmeralda y Manolo Marín.

Un momento espectacular corrió a cargo del violinista Alexis Lefvre, que con una técnica sublime llevo el flamenco de la mano de Paganini para delirio de los asistentes sin perder en profundidad, compás ni sutileza.

Se conjugaron bailes por siguiriyas, por bulerías, y por tientos tangos, que fueron el último que cerró el espectáculo, realizados por Merche Esmeralda y Manolo Marín. Pero faltaba el presente para un público entregado, que se consumó en una bulería que con todos los miembros del cuadro flamenco, cargada de festividad y alegría, levantó los clavos del tablao. Merche Esmeralda en su regreso confirmó su potencial pacto con el arte y el tiempo.