En todo el país operan actualmente unos cinco millones de cámaras de ese tipo, más del 20 por ciento de las que funcionan en todo el mundo, lo que, habida cuenta de que Gran Bretaña ocupa el 0,2 por ciento de la masa habitada del planeta es una enormidad, denunciaba en su último número el semanario británico "The New Statesman".

La revista calificaba el fenómeno de "escandaloso" a la vez que expresaba su asombro ante el hecho de que a los ciudadanos no parezca importarles demasiado.

Un residente en Londres puede llegar a ser observado diariamente mientras va o viene del trabajo y lleva a cabo sus actividades cotidianas por hasta trescientas cámaras de ese tipo.

Aproximadamente 1.800 cámaras someten a constante observación lo que ocurre en las distintas estaciones ferroviarias de Londres y otras 6.000 están funcionando permanentemente en los autobuses y el metro de la capital.

Además de las cámaras instaladas por las autoridades, hay un número creciente de firmas privadas, desde bancos hasta empresas de la construcción, centros de recreo o residencias particulares, que tienen sus propios sistemas CCTV.

Científicos británicos, apoyados por el ministerio de Defensa, están desarrollando ya cámaras de tal nivel de sofisticación que serán capaces de reconocer si una persona camina sospechosamente para alertar, en ese caso, a un operador humano.

El mes pasado, la ciudad de Middlesbrough fue la primera ciudad británica en lanzar cámaras que hablan y echan la bronca a quien manifiesta un comportamiento antisocial o arroja al suelo un papel, por ejemplo.

Un reportero de la citada revista visitó uno de los centros de control de Londres, el de Westminster, que está registrado como un trust benéfico y financiado por el municipio, la Policía Metropolitana y varias empresas particulares.

Hasta ahora, ese centro piloto ha recibido a cinco mil visitantes de una treintena de países cuyos gobiernos o fuerzas policiales quieren dotarse de sistemas similares de control.

Los partidarios de esa red de vigilancia señalan que la gente no ve en esas cámaras algo parecido a un Gran Hermano, sino más bien a un padre benévolo que se preocupa de que no le ocurra nada a la familia, y que así todo el mundo se siente protegido.

Algunos expertos disienten, sin embargo, como Martin Gill, profesor de criminología de la Universidad de Leicester, que llevó a cabo un estudio por encargo del ministerio del Interior de catorce sistemas de vigilancia de ese tipo en distintos lugares del país.

Según Gill, la instalación de esas cámaras ha tenido un impacto muy limitado en la reducción del número de delitos.

El semanario británico que denuncia el fenómeno reflexiona sobre las razones por las que los ciudadanos de este país, normalmente tan celosos de sus libertades, parecen haber aceptado sin rechistar ese sistema de vigilancia continua.

Ello se debe principalmente, opina el autor del reportaje, a que Gran Bretaña se ha convertido en una sociedad de "voyeurs", gracias en buena medida a los programas de telerrealidad, en los que los miembros del público pueden ver a sus vecinos comer, dormir o practicar el sexo.

Los jóvenes, sobre todo, no parecen nada preocupados por la idea de ser observados y así continuamente publican detalles íntimos de sus vidas en portales de internet.