Hasta los más acendrados partidarios del PP reconocían, a veces incluso insultando a Rajoy, el mal papel hecho por el jefe de la oposición en el último Debate sobre el Estado de la Nación. El eje de la oposición del PP desde que perdió las últimas elecciones ha sido el intento de desgastar la figura de Rodríguez Zapatero utilizando para ello toda la artillería pesada que caía en sus manos. Creían en las filas populares que la exigua ventaja de votos que el PSOE les había sacado en las legislativas hacía del presidente del Gobierno una figura frágil y fácilmente abatible. Es cierto que depender de otros partidos para poder sacar adelante las iniciativas legislativas en la Cámara no es la más envidiable de las situaciones en política. Sin embargo, Zapatero ha sabido hacer de esa debilidad virtud y no puede decirse en absoluto que su posición se haya debilitado un ápice después de más de dos años de legislatura. Todo lo contrario le ha sucedido al PP, que no sólo no ha conseguido restar ninguno de los apoyos parlamentarios al Gobierno, sino que con su política de hostigamiento ha hecho méritos para que los demás grupos presentes en el Congreso de los Diputados miren a los conservadores con creciente recelo.

La famosa pinza que Aznar fue capaz de formar con el pintoresco Anguita es impensable hoy en la actual legislatura. Es más, una poco inteligente prepotencia exhibida por los conservadores les ha llevado, primero, a considerar que su derrota electoral era inmerecida y, segundo, a despreciar no sólo a un presidente al que juzgan incapaz -por más que sus mordeduras empiecen ya a resultarles dolorosas-, sino a todos los demás partidos del arco parlamentario. En esa línea, Rajoy pretendía en el debate de la nación tener un espacio similar al del presidente. A los demás grupos ni los escucha. Así, la hipotética debilidad de Zapatero aparece, de rebote, fortalecida por la actitud del PP, partido con el que hoy por hoy ningún grupo puede llegar a formar una alianza ni siquiera coyuntural. Defensores de un ortodoxia que deja fuera a todo el mundo, abominan de los nacionalismos porque los consideran la encarnación actual de la Antiespaña a la que combaten con denuedo, olvidando que sin los partidos nacionalistas vascos y catalanes sólo se puede formar Gobierno con mayoría absoluta, logro que parece de momento fuera del alcance del PP.

Su actitud furibunda les ha llevado a oponerse a todas las iniciativas del Gobierno de un modo radical y sin matices. Así, en dos de los asuntos más importantes de la agenda política actual, el Estatuto Catalán y la negociación de la paz en el País Vasco, los intereses del PP pasan por hacerlos fracasar.

Respecto al Estatuto, esa fue la apuesta desde que se estaba tramitando en el Parlamento catalán. Incluso se pretendió que fuera rechazado sin tramitar en el Parlamento español. Como la aprobación es ya inminente, lo único que salvaría la cara del PP sería que el Tribunal Constitucional declarase varios artículos no conformes con la Carta Magna.

En relación con la negociación de la paz en el País Vasco, se han producido dos hechos que han precipitado el abandono de una posición más templada que ya parece haber saltado por los aires con las últimas declaraciones de Mariano Rajoy y, sobre todo, las de Ángel Acebes y Esperanza Aguirre en el sentido de que el PP retirará el apoyo al Gobierno en esa cuestión. En primer lugar, la actuación poco airosa que Rajoy desempeñó en el Debate sobre el Estado de la Nación y que muchos de sus correligionarios atribuyen al hecho de que su jefe de filas no utilizase la negociación con ETA como arma en el Parlamento. Por otra parte, Rajoy, que se ha sentido perdedor, se ha visto burlado por el anuncio de que el PSE tomará a Batasuna como interlocutor. Incluso si esa indiscreción hubiese sido una provocación, la reacción del PP lo sitúa en una curiosa posición, dado que el fracaso de las conversaciones de paz favorecería sus intereses. Es decir el PP gana si fracasa el Estatuto catalán y no se logra la paz en Euskadi. Eso casi lo convierte en un partido antisistema. El pasado 3 de junio, el profesor canadiense Georges Zacoour, uno de los más cualificados expertos mundiales en teoría de juegos, afirmaba en LA OPINIÓN que el PP está jugando a ganar sólo en el caso de que el otro pierda, lo que lo convierte en un jugador no cooperativo. No es una idea nueva (ver Vuelta de tuerca de 15 y 22 de diciembre de 2005, perdonen la inmodestia). Los más recientes acontecimientos lo reafirman. Lo malo es que el otro jugador es el resto del arco parlamentario. Y es preocupante, porque según la teoría de juegos la existencia de un jugador no cooperador pone en peligro la ganancia de todos.

Blog de Bernar Freiría en www.bernarfreiria.com