Por si no lo sabían, en Europa también tenemos un presidente llamado Donald. Liberal, moderado y europeísta convencido. El ex primer ministro polaco Donald Franciszek Tusk, (Gdansk, 1957) jefe del Consejo Europeo desde 2014, por obra y gracia de su valedora Ángela Merkel, asegura que Trump, el Donald americano, es una 'amenaza exterior' para la Unión Europea.

La afirmación soprende en boca de una persona siempre equilibrada en sus juicios, de sólida formación (es licenciado en Historia) y amante de la libertad desde sus tiempos de líder estudiantil. Así que la frase y lo que conlleva, para nada improvisada, preocupa en el corazón de la vieja Europa, ese centro de poder al que España es cada vez más ajeno.

También llama la atención que la orgullosa Europa, esa que elige a los presidentes de su Consejo a dedo, se preocupe tanto por las medidas de Trump, que de momento no afectan para nada a la UE, y pase por alto el hecho de que las plazas de Bruselas estén protegidas por el ejército y que los soldados con sus metralletas deban estar apostados en las puertas de los edificios oficiales, como garantes de una seguridad que no se percibe en las calles. Lo mismo podría decirse de París, donde el miedo pervive tras los atentados islamistas; o de Berlín, donde ni la racionalidad germánica logra apartar el temor que se percibe en los ojos de la gente.

Tal vez Tusk, que por cierto, hace unos meses pronosticó una guerra mundial ligada al conflicto de Rusia con Ucrania, Juncker y el cuerpo de comisarios que van en volandas del coche oficial al avión, en sus desplazamientos, deberían pisar más las calles de una Europa desconcertada que no sabe bien hacia que orilla mirar. Trump es una amenaza, sí, pero a veces perder la vista en la lejanía supone dejar de divisar lo más cercano.