A patadas, los venezolanos intentan poner fin a las colas y al hambre. Decenas de personas rompen la puerta de una tienda de la capital en Caracas. La dependienta se va corriendo. Y empieza el saqueo colectivo. Cualquier método, cualquier producto vale. Los roban porque las horas y horas de colas no son suficientes.

Cada vez es más habitual que cuando es su turno, los alimentos se han agotado. Y el Observatorio Venezolano de la Violencia dice que esta escena no es una excepción. Ocurre más de diez veces al día. El Gobierno de Nicolás Maduro no solo tiene que lidiar con la mayor crisis, o con una oposición que lucha por el referéndum revocatorio. Ahora también con cientos de ciudadanos que han pasado del enfado, a la desesperación.

Colas para conseguir comida

Las "colas" o filas para hacer el mercado que irrumpieron en la rutina de los venezolanos reflejan ante la comunidad internacional la profunda crisis de este país petrolero, pero en el día a día ponen a prueba la paciencia de miles de familias necesitadas de productos básicos.

Adquirir harinas, arroz, café o azúcar, pañales y hasta crema dental supone un calvario de horas para familias que intentan alargar su presupuesto con la compra de productos subsidiados, conocidos como "regulados", y hacerle el quite a revendedores que fijan precios que en ocasiones triplican el oficial.

La venta de productos subsidiados se ha organizado para cada día según el último dígito de la cédula del comprador, un sistema absolutamente impensable para un país boyante en otras épocas.

En las filas abundan amas de casa, padres de familia y personas de la tercera edad, aunque en voz baja -y con cierto temor- hablan de los temidos "bachaqueros" o revendedores que se infiltran en las "colas" para abastecer su mercado paralelo, en el que ofrecen productos subsidiados a precios exorbitantes y sin largas esperas.