A punto de cumplirse el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, cerca de 40 países de todos los continentes tienen hoy día, al menos, un pedazo de la que fue conocida como "Franja de la muerte", que dividió Europa durante 28 años. La barrera infranqueable de hormigón, que se llevó a su paso cerca de 200 vidas, fue levantada por las tropas de la antigua República Democrática Alemana en agosto de 1961 para cercar al Berlín Occidental y frenar así el éxodo de los ciudadanos de la parte oriental a la zona próspera.

Berlín celebrará mañana el vigésimo aniversario de la caída del muro con una gran "Fiesta de la Libertad", a la que acudirán numerosos jefe de gobierno y Estado. El acto que se desarrollará a ambos lados del la Puerta de Brandeburgo culminará en el derribo simbólico de un muro fabricado por jóvenes de todo el mundo que ha sido instalado a modo de piezas de dominó en un trayecto de 1,5 kilómetros.

Las piezas, de unos veinte kilogramos cada una, han sido ubicadas siguiendo las huellas del antiguo muro, en el tramo entre la Potsdamer Platz y el Reichstag -el edificio que alberga el parlamento alemán- con la Puerta de Brandeburgo en el epicentro. Con la caída de las piezas de dominó se pretende recordar simbólicamente a la reacción en cadena que causó en toda Europa la caída del muro de Berlín.

Según algunos historiadores, los dirigentes soviéticos fueron quienes propusieron en 1961 a los líderes de la Alemania Oriental que erigieran un muro para aislar Berlín Occidental del resto del país socialista. Medía 155 kilómetros de largo -43 de ellos colindantes con el Este- 3,66 metros de altura y disponía de unas estrictas medidas de seguridad, entre ellas alarmas que detectaban el contacto con el suelo, vallas electrificadas, y más de 300 torres de vigilancia.

Al caer, el 9 de noviembre de 1989, el Muro pasó a convertirse en un símbolo del fin de la Guerra Fría. Tras el derribo oficial y la labor de "pájaro carpintero" ejercida por turistas inclementes -deseosos de llevarse a casa un 'souvenir' del monumento-, apenas quedan una decena de fragmentos del paredón en la capital alemana, que aún sirven para recordar a las víctimas.

El 9 de noviembre fue la culminación de la Revolución Pacífica, que de la consigna del "Wir sind das Volk" -"Nosotros somos el Pueblo"- de las primeras marchas minoritarias desembocó en semanas en manifestaciones masivas en todo el país.

La presión era insostenible para la República Democrática Alemana (RDA), presionada además por la 'Perestroika' de Mijail Gorbachov. El comunicado que precipitó la apertura de las fronteras, el 9 de noviembre, derribó los últimos diques de contención. A la noche que pasó a la historia como la de la caída del Muro siguieron muchos días y noches de euforia, con caravanas de "Trabis" -el coche arquetípico germano-oriental- cruzando al otro lado.

La Puerta de Brandeburgo siguió cerrada durante cierto tiempo, mientras las grúas se llevaban, bloque a bloque, no sólo el centenar y medio de kilómetros de hormigón que rodeó el Berlín occidental, sino los 1.400 que formaron la frontera divisoria, de norte a sur, entre la RDA y la República Federal de Alemania (RFA).

Desarmar el Muro llevó meses, en los que el ruido de la maquinaria iba parejo al martilleo de berlineses y turistas a por su reliquia. Paralelamente, se producía también el desmantelamiento del Politbüro y la celebración de las primeras elecciones libres de la RDA -en mayo de 1990-, que ganó la CDU del canciller Helmut Kohl.

En julio entró en vigor la unificación monetaria y después Kohl y Gorbachov anunciaron el acuerdo que, tras duras negociaciones, dio luz verde a la reunificación, con la aquiescencia de las restantes potencias aliadas -EEUU, Reino Unido y Francia-. La RFA seguiría integrada en la OTAN, la RDA se desmembraba del Pacto de Varsovia.

Veinte años después de la caída del Muro y un decenio después de recuperar la capitalidad, Berlín sigue siendo una ciudad patas arriba y algo incómoda, para algunos, pero fascinante para muchos otros, precisamente porque extraer belleza de sus cicatrices. Desde Guatemala, hasta Estados Unidos, pasando por Japón, los lugares menos pensados del planeta han querido participar de la memoria alemana y adquirir una parte de aquel símbolo, pese a lo costoso de transportar piezas que pesan toneladas. Organismos internacionales como el Parlamento Europeo en Bruselas o el edificio principal de las Naciones Unidas, en Nueva York, son algunos de ellos.