MACARENA VIDAL (EFE). WASHINGTON

A punto de cumplirse el primer aniversario de su triunfo en los comicios de EE UU, el entusiasmo suscitado por el primer presidente negro del país, Barack Obama, ha dejado paso a la realidad de gobernar. Parte de este realismo incluye la conmemoración misma del aniversario: la Casa Blanca no tiene prevista ninguna celebración y Obama marcará su histórica victoria con una visita a Wisconsin, uno de los estados que ganó en esas elecciones, para dar un discurso sobre educación.

En parte, la ausencia de fastos se debe a que el presidente tiene que anunciar los resultados de su replanteamiento de la estrategia para Afganistán y si envía más refuerzos a una guerra cada vez más complicada. También al desgaste que ha sufrido su popularidad a lo largo de sus primeros diez meses de mandato.

Las encuestas indican que en la actualidad su aceptación se encuentra en torno al 55%, una cifra más que aceptable pero muy alejada del 70% que superó tras su investidura en enero pasado. Y es que, tras la ilusión generada por un candidato que rompía los moldes raciales y con una retórica inspiradora, ha llegado la realidad de una economía en crisis, dos guerras abiertas y problemas en el Congreso para aprobar las medidas que defiende el Gobierno.

Obama llegó a la Casa Blanca con una gran energía y tan sólo en los primeros días anunció el cierre de la prisión de Guantánamo, un ingente plan de estímulo económico y su compromiso para llegar a la paz en Oriente Medio. Hasta el momento, hacer realidad esas promesas se ha demostrado más complicado de lo que imaginó este presidente, que ha encanecido notablemente desde su llegada a la Casa Blanca.

El cierre de Guantánamo para enero de 2010, como había ordenado, parece prácticamente imposible. Su Administración aún no ha determinado qué hacer con la mayoría de los presos. Pese a su intervención personal en una reunión trilateral en Nueva York en septiembre con el primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, y el presidente palestino, Mahmud Abás, la reapertura de negociaciones en Oriente Medio parece tan distante como antes.

La guerra en Afganistán se ha recrudecido, pese a que ya anunció una nueva estrategia en marzo. En Irak, el presidente Obama anunció la salida de las tropas de combate para agosto de 2010, y del resto para finales de 2011 pero lo que parecía una estabilización gradual se ha visto sobresaltada por los últimos atentados.

Su gran éxito internacional hasta ahora ha sido la negociación de un tratado de reducción de armas nucleares con Rusia, que Washington espera poder concluir en diciembre. Obama quiere hacer de este tratado uno de los ejemplos de su propuesta para un mundo sin armas nucleares, una de las razones por las que se le ha concedido el premio Nobel de la Paz.

Como en el terreno internacional, en el terreno doméstico el presidente estadounidense también ha debido rebajar sus expectativas. La crisis económica perdura, pese a las medidas adoptadas por su Gobierno, en especial el plan de estímulo económico aprobado en febrero y dotado con 787.000 millones de dólares. El desempleo ronda el 10% y la Casa Blanca admite que aún pasarán varios trimestres hasta que se recupere.

No obstante, la economía comienza a dar señales de recuperación y el Producto Interior Bruto (PIB) creció un 3,5% en el último trimestre, el mayor aumento en dos años. Tarda en arrancar aún la gran apuesta legislativa del presidente, la reforma sanitaria, quizá el asunto que más ha pesado en la caída de su popularidad.

Por el momento, Obama ha podido comprobar que su optimista lema de campaña 'Yes We Can' (sí, podemos) a la hora de la verdad se convierte en un 'Yes, Maybe' (sí, quizás).