El silencio se apoderó anoche de una abarrotada plaza Belluga. Centenares de murcianos, y también de intrigados visitantes, observaron la llegada del embajador del emir de Al-Ándalus, Abderramán II, para poner paz a dos clanes musulmanes hermanados pero entonces enfrentados -yemeníes y muradíes- en el Valle del Segura. El fin de una guerra desencadenó el nacimiento de una nueva ciudad, Medina Mursiya, hoy conocida como Murcia y cuya leyenda celebra 1.190 años.

Sólo los aplausos, y también el bullicio de las terrazas, rompieron el silencio que guió el viaje en el tiempo hacia el año 825 de la era cristiana, justo 203 años después de la huida de Mahoma de La Meca, cuando Murcia no era más que un pequeño poblado, Eio, situado en la región de Tudmir -hoy Algezares- y habitado por dos pueblos árabes a los que el castigo a un joven mudarí por tomar una hoja de parra de una cerca yemení les llevó a una guerra que duró siete años.

La historia de Mursiya se proyectó mediante el teatro para recordar y reivindicar a los murcianos su pasado, porque «en los colegios no nos enseñan la historia local», como decía una joven pareja de universitarios, Anselmo y Vanesa, que habían acudido desde la pedanía de Puente Tocinos para contemplar la obra. «Aunque la próxima vez vendremos antes para coger un sitio», espetaba él.

El grupo de teatro de la Federación de Moros y Cristianos recreó la fundación de la ciudad en un escenario instalado en el corazón de Murcia, entre la Catedral y el Palacio Episcopal. La música de Luis Paniagua, fiel a la cita desde 2009, acompañó una recreación dirigida por Joaquín Lisón e interpretada por un elenco de actores de la Fiesta de Moros y Cristianos. La novedad de esta edición fue la actuación de Pilar Jorquera, que representó el papel de la madre del niño mudarí castigado por los yemeníes.

«Es una puesta en escena emotiva y nos hace sentir a los festeros partícipes de la Fiesta, pues somos nosotros quienes actuamos», comentaba José Moreno, miembro de la kábila Abderramán II, precisamente el fundador de Murcia. «Es importante saber de dónde venimos y conocer cómo se creó la ciudad. Es cultura», añadía José, que vive la Fiesta desde que tenía doce años. «Y le da empaque a Murcia, que en rememoraciones históricas es ´segundona´ al lado de ciudades como Cartagena», aseguraba José, un jubilado murciano que presenció la obra apostado en una de las vallas de Belluga.

Las luces se apagaron y emergió el embajador del emir Abderramán II para terminar el derramamiento de sangre. Ordenó destruir la ciudad de Eio y mandó construir una nueva: Murcia acaba de nacer.