«Ni la guerra, ni la posguerra ni la crisis de ahora nos han hecho cerrar las puertas de El Vinagrero», dice Fernando Martínez, propietario de centenario local que toda la vida ha estado ubicado en el número 8 de la calle Bailén del pueblo minero de La Unión. Su labor diaria les ha valido la R de recomendado de la Guía Repsol, lo que supone «una responsabilidad» para el restaurante.

En sus 105 años de historia, El Vinagrero ha sabido ofrecer una comida de base tradicional adaptada a los tiempos para servir a distintos tipos de comensales. En este restaurante hay siempre una silla tanto para el vecino que quiere tomar una caña y tapa en la barra como para la persona que desea celebrar un evento más elaborado. Por eso, la casa conserva una zona más popular que es la del bar, donde llegan clientes que llevan «más de setenta años entrando», y han habilitado una sala de comedor más moderna. Además, por la influencia del festival flamenco de El cante de las Minas, El Vinagrero no deja de lado la cultura: recitales, lecturas, encuentros y talleres se suceden a menudo entre los muros del restaurante y dota de vida sus salas.

Mamen Pini es la segunda parte del tándem que hace de El Vinagrero un lugar especial. Jefa de cocina, llegó a los fogones del restaurante para apoyar a los cocineros y poco a poco tomó las riendas de la carta. Su capacidad de trabajo y sacrificio ha conseguido dotar de identidad al local. Lo logra gracias a la honestidad con la que se enfrenta a los ingredientes de las despensas del restaurante.

Desde el plato más clásico, que es el pastel de zarangollo, que siempre está en la carta, hasta los boquerones rellenos acompañados de salsa tártara, la carta de mercado del restaurante unionense tienen la vocación de gustar a todos: «Al final somos un restaurante de un pueblo pequeño; tenemos que dar de comer todos los días tanto al que cae por aquí porque para con el coche como al vecino que viene habitualmente», señala Fernando, por lo que tratan de ajustar el precio y se centran en que la experiencia del cliente sea muy positiva: «tiene que gustarle todo, desde el aperitivo hasta el postre, pasando por los vinos».

Dejar un buen recuerdo en la cabeza y el estómago de los comensales es el principal objetivo de los restauradores. Por eso, aunque tienen un menú degustación de 35 euros en el que se prueban unos seis platos, no lo tienen cerrado del todo: «Preferimos hablar con el cliente, preguntarle sus gustos, qué ingredientes prefiere no tomar y adaptar nuestra oferta a esto», indica el propietario de esta empresa familiar que abrió su bisabuelo.