­Uno es Alberto Martín Cros, quien coordinó la revista festera durante sus tres primeros años. Otro, Francisco Morales, fue el primer presidente del Senado. Con ambos podemos viajar en el tiempo para responder a esta pregunta: ¿Cómo surgieron unas fiestas de la envergadura de Carthagineses y Romanos?

Todo tiene un ‘antes’, incluso la iniciativa que canalizó el Centro de Iniciativas Turísticas de Cartagena (CIT), que se considera como punto de partida para las fiestas. «Dos o tres años atrás, en Radio Juventud de Cartagena, el presidente del CIT, Rafael Rodríguez, y un servidor llevamos a cabo un sondeo en el que preguntábamos a los oyentes qué fiestas se podían organizar, siendo las más requeridas cartagineses y romanos, por delante de un carnaval de verano y de recuperar la Velada marítima», recuerda Francisco Morales, añadiendo que Rafael Rodríguez creó la Orden Turística de Aníbal para la concesión de premios por parte del CIT, «pero cayó enfermo y sólo se hizo un año».

El primer intento de nuevas fiestas «se llevó a cabo con una reunión con los presidentes de las asociaciones de vecinos, pero no fructificó».

Nadie plegó velas, todo lo contrario. El CIT, con José Marín Alburquerque como presidente, convocó unas jornadas en la residencia Alberto Colao a la que acudieron unas doscientas personas, «creándose una comisión de 33 personas que tenían su cuartel en el hotel Los Habaneros».

La primera revista de fiestas

«Fueron reuniones en las que tratábamos de atar todos los cabos. En mayo de 1990 propuse editar una revista de fiestas y el resultado fue que se me encargó a mí», apunta Alberto Martín, quien recuerda que se cerró un 20 de agosto y se lanzaron 5.000 ejemplares.

Antes, en abril, la Asociación Comisión de Fiestas de Carthagineses y Romanos -Primavera 1990 (así se denominó) quedó inscrita en el registro de asociaciones de la Comunidad Autónoma.

Parecía que todo estaba encauzado, «pero, a finales de agosto, el entonces concejal cantonal José Miguel Hernández dijo en la prensa que las fiestas no se iban a celebrar. Luego alegó que lo hizo como estrategia para presionar a la Comunidad, pero nos metió el pánico a todos», señala Morales.

Del pánico al primer discurso

Alberto y Francisco nos hablan de otros aspectos acordados en aquellos meses y que aún perduran. Así, los símbolos «fueron acordados por unanimidad en referencia a unas monedas encontradas por entonces», mientras que para dar el visto bueno al nombre de los grupos «fue importante el asesoramiento del historiador Juan de la Cruz Teruel antes de la aceptación por parte de Rosa Juaneda (directora del CIT) y de la comisión».

También sabemos con exactitud cuál fue el primer grupo inscrito. «Fue Senadores, del que yo era el presidente», señala Morales, indicando que siguieron Magistrados de Roma y Quart Hadast.

Llegamos al estreno en el mes de septiembre de 1990. «Éramos chavales que trabajábamos con palicos y cañicas, pero encontramos la colaboración de los militares (nos dejaron las tiendas del primer campamento) y de lo entonces más florido de Cartagena», apuntan, recordando que para algunos no faltó el ‘miedo al ridículo’ por salir a la calle con falditas, como una serie de empresarios que decidieron coger valor a base de ingerir bebidas alcohólicas en un hotel de la ciudad antes del desfile. Sobre este acto, Francisco y Alberto recuerdan que hubo cierto (y lógico) descontrol, «unos iban como lo hacen en las fiestas de moros y cristianos, mientras que otros parecían tunos, pero lo importante es que más de cuatrocientas personas participaron».

El primer discurso romano lo dio Morales el día del pregón. «La gente estaba enfervorizada y no me dejaban hablar, por lo que dije que estaba visto que tenían que venir los romanos para civilizarlos». La Sesión del Senado y la Batalla fueron los actos romanos de este 1990, mientras que la Fundación correspondió al Consejo.

«La batalla tuvo lugar en la escalera de la Muralla y es cierto que los carthagineses se resistían a apartarse para dejar avanzar a las legiones», recuerdan.

La sesión de los senadores es el acto más crítico de cuantos se celebran en la ciudad cada año. Nos interesamos también por conocer su particular origen. «Para el guión de la sesión buscamos un buen escrito cartagenero, por lo que hablamos con varios, pero no terminaban de entendernos. Como no salía nadie, el entonces abogado Andrés Ayala (ahora diputado) se comprometió a prepararlo como queríamos, es decir, una cosa actual y crítica», recuerda quien presidió a esta legión durante más de un lustro.

Las noches de campamento fueron cruciales para el buen arranque. «Eran, por encima de todo, fraternidad y diversión sana, con escaramuzas incluidas entre los grupos. Luego, en el segundo y siguientes años fue la música la que se hizo protagonista».

Alberto Martín fue, por su parte, el primer presidente de Adoradores de Venus y Dioses del Olimpo, colectivo al que inscribió en el organismo autonómico. «Comenzamos unos diez hombres y más de treinta mujeres, todas guapísimas; la mayoría encontró novio enseguida y no quedaron solteras», recuerda como dato simpático, al igual que la espectacular cifra de 169 chicas participantes en el primer concurso de belleza que organizó la legión o las 500 estatuillas de Venus que le encargaron a Domingo Llor.

En los ‘carteles de invierno’

Alberto y Francisco se retiraron de las fiestas en 2012 y 2000, respectivamente, «al ver que perdían el sentido inicial», proclaman. No descartan regresar. Morales seguiría en el mismo bando («no cambio 6 siglos romanos por 14 años cartagineses»), mientras que Martín no lo tiene claro, «pues ahora me estoy haciendo más cartaginés por la diosa Astarté».

Con ellos hemos viajado al pasado para, en estas ‘bodas de plata’, recordar a aquellos que encendieron la llama más festera.