Han pasado ya cinco años desde la separación amistosa de Pereza, y Rubén Pozo continúa su carrera en solitario con nuevo disco, el tercero: Habrá que vivir, producido por José Nortes.

Como si fuera un mantra que a base de repetirlo cobra cada día más sentido, Pozo se mira en el espejo de su último disco y se repite una y otra vez: «Habrá que vivir». Y habrá que tocar y cantar también, porque este artista, barcelonés de nacimiento, pero criado y curtido en la Alameda de Osuna (Madrid), viene mañana a Murcia a presentar su disco. Lo suyo es el rock and roll de ascendencia Stones, rock and roll de largo recorrido, y a ello se dedica. De él dicen que era el lado sereno de Pereza, la parte sosegada y pensante.

Tan carismático como Leiva, en los temas que compone destaca como un constructor de historias sencillas, con una humildad innata en una estrella de su calibre.

Seis años de carrera en solitario. ¿Cómo ha pasado este tiempo?

Componiendo canciones, grabando tres discos y dando conciertos. Sobre todo por España, pero también Argentina y México.

¿Qué se encuentra uno en Habrá que vivir?

Canciones a caballo entre la madurez y la juventud; entre esas dos aguas. En lo estilístico, en lo sónico, hay predominio de rocanroles y dos o tres medios tiempos de los de saborear con calma.

Lo ha producido José Nortes. ¿A dónde queríais llegar con el sonido? ¿Peca ahora la música de exceso de perfección?

José Nortes ha sido decisivo en este disco. Queríamos que sonara natural, a banda tocando junta en un local. Y eso hicimos. Dos guitarras, un bajo, una batería y una voz apoyada con un coro para los estribillos. Poco más. Luego hay que saber sacarle partido a esos elementos en la mezcla. Y José lo bordó. Estoy alucinado con su trabajo.

El título de Habrá que vivir suena un poco a resignación, a habrá que conformarse y seguir adelante. ¿Qué has querido expresar?

Que mientras haya latido habrá que vivir; por las buenas o por las malas, para bien o para mal. Tú lo has visto por el lado pesimista y resignado, pero hay quien lo ve como una invitación a la vida, a sacarle todo el jugo. Me encanta que, dependiendo de la persona, se vea de una manera o de otra. Yo personalmente lo veo como : «Habrá que vivir... ¡Qué remedio!».

El año pasado fuiste de gira con Mark Olson. ¿Cómo transcurrió, qué te aportó?

Fue una experiencia increíble. Duró un mes, y fue muy intenso. Yo ya era fan de los Jayhawks, pero en está ocasión conocí su repertorio en solitario y aluciné. Para mí fue toda una clase sobre folk norteamericano. Y muchas risas. Nos escribimos a menudo.

¿Cómo es la vida después de pasar por Pereza? ¿Te has planteado tu carrera de otra manera? ¿Has sentido mucha presión?

La vida bien. No me planteo la carrera ni mi vida con especial antelación. No soy muy planificador, en general. Voy moviendo ficha según se van desarrollando los acontecimientos. A veces antes de que ocurran y a veces después. Trato de surfear la ola lo mejor que puedo. Si me caigo, pues me levanto y espero la siguiente ola, y si no me caigo pues disfruto del paseo. La presión siempre viene dada por la última canción ´guapa´ que me ha salido. Siempre espero volver a estar a la altura de aquella composición con alguna de las nuevas.

¿De qué hablas en Habrá que vivir?

De la frontera difusa y nada definida entre la juventud y la madurez. Yo creo, vamos..., pero que cada cual se acerque al disco como quiera. Sin instrucciones de uso. Es lo bonito.

La vida a veces es dura, pero ¿cómo llega uno a decir y cantar «y contra mi voluntad, habrá que vivir»?

Bueno, nadie te pide permiso para nacer. Un día apareces aquí y no hay más. Apáñatelas. En cualquier caso, la canción Habrá que vivir es un rocanrol y le vienen bien frases como esa. Si fuera una marcha fúnebre con un ritmo muy lánguido parecería una nota de suicidio. Pero, joder, que es un rocanrol, coño.

A la hora de componer te defines como ´cancionista´ y no como ´cantautor´. ¿Dónde marcas la diferencia?

Bueno, cantautor es un término muy sobado que creo que ya no le gusta ni a los cantautores. Yo hago canciones y las defiendo yo mismo. Últimamente estoy dándole vueltas a la expresión ´Canta & Roll´, o algo así, pero creo que no tiene mucho futuro. No sé, escribo mis propias canciones y les suelo meter guitarras para vestirlas porque es mi instrumento madre.

Una de tus canciones nuevas es Guitarra española. ¿Un homenaje al instrumento?

Sí, totalmente. La guitarra española me parece el instrumento más popular que existe. Son económicamente asequibles y se puede transportar fácilmente. Todo el mundo tiene acceso a una. Si no está en tu casa, seguro que el vecino o un amigo cercano tiene una que pueda prestarte. En mi caso, la guitarra es mi Play Station. Y sé que nunca voy a acabarme el juego. Y eso me encanta.

¿Qué nos puedes decir de la portada y de la señora mayor que aparece con una caña en la mano?

Es mi abuela. En la foto tiene 103 años. Ahora ya 104. Me encanta el efecto que hace su fotografía con el título del disco.

Llámame brisa es una canción con destino Sabina que al final se coló en tu repertorio, ¿no?

La escribimos Sabina, Benjamín Prado y yo en un folio hace cinco años. La letra, digo. A seis manos. Luego le puse yo esa música. Para grabarla confeccioné una tercera estrofa de letra yo solo porque en aquella sesión hace cinco años se nos quedó sin hacer. Es un homenaje a J. J. Cale, que acababa de fallecer; a J.J. Cale y a la vida tranquila. Sin ambiciones asesinas. Me encanta el resultado.

Pop para niñas es una canción que parece llevar el sello de Pereza. ¿Viene de esos tiempos?

Sí. Es un descarte de 2006. Es un rocanrol sin pretensiones, divertido y enérgico. Me venía muy bien en ese lugar del disco, en que empezaba a ponerme un poco espeso líricamente. Viene justo antes de Algo que decirle al mundo, que es muy de carga de profundidad, muy reflexiva (y una de mis canciones preferidas del disco).

No pocos han apuntado que es el mejor trabajo que has hecho en esta nueva etapa. Se te ve muy suelto en él. ¿Es solo una percepción o responde a la realidad?

Yo estoy encantado con el resultado, la verdad. Aunque también me encantan mis dos trabajos anteriores. Siento que en este tercer trabajo he estado a la altura de mis expectativas, que siempre son las más exigentes. Soy mi peor enemigo, y he podido chocarme la mano a mí mismo después de terminar Habrá que vivir. Ahora a trabajar en lo próximo, a volverme loco con las nuevas composiciones. Ese es el guión de mi vida desde hace ya unos cuantos años.

Afortunadamente, has seguido adelante. ¿Pensaste en algún momento durante estos años en tirar la toalla?

Tiraré la toalla el día en que haga canciones que no me gusten. Que no me muevan cosas por dentro.

¿Confías con este disco dar el salto a los grandes festivales?

No. Uno no hace un disco de rocanrol para petarlo, forrarse, subir el estatus, sonar en la radio, estar a la cabeza de los festivales... Uno hace un disco de este tipo porque ´tiene´ que hacerlo; porque no queda otro remedio, por el espíritu, en detrimento de lo material. Asumo las consecuencias.

¿Con qué músicos te presentas ahora?

Con los que han grabado el disco, excepto el guitarrista que lo grabó, Víctor Pescador, que tenía mucho lío y no podía hacerse la gira. A la batería está Simón Cordero, al bajo Ángel Herranz y a la guitarra y a los coros está Manu Garaizabal.

Tras estos años de carrera en solitario. ¿Cómo valoras ese camino?

Para mí, empezar en solitario fue todo un revulsivo, una catarsis personal. Fue empezar otra vez de cero, y eso te aseguro que revoluciona todo el cuerpo y la mente. No sé, espero no encontrar nunca el botón de piloto automático para hacer lo que hago. Sé que debe estar por algún lado, pero ni lo busco ni lo quiero encontrar.

¿Cómo afronta la madurez un rock star?

No soy un rock star. Yo solo hago canciones y, cuando hay una que me gusta mucho, la comparto con todo el mundo. La madurez no sé muy bien cómo se afronta. Yo solo trato de cabalgar la ola y disfrutar del paseo. Y si me caigo y no me mato contra las rocas, pues me levanto y espero a la siguiente ola.