Arte, la obra maestra de Yasmina Reza, atesora tantas aproximaciones como las posibilidades de un lienzo. El aguijón de las carcajadas y reflexiones que despierta desde hace más de 20 años inyecta en las salas esa verdad de que el teatro se parece terriblemente a la vida, donde somos actores y circunstancias pivotando alrededor de los mismos conflictos.

Al frente del proyecto Kamikaze Teatro, distinguido con el Premio Nacional de Teatro 2017, Miguel del Arco revisita este «clásico contemporáneo», que es como el dramaturgo designa a una de las obras más representadas en las últimas dos décadas en todo el mundo. Tras su estreno en el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid -sede de la compañía desde 2016- , su revisión de Arte desembarca hoy en el Romea de Murcia para desatar a los fantasmas que habitan el cuadro diáfano de la amistad.

Su carpintería teatral es simple: tres amigos, Sergio, Marcos e Iván, unidos desde el instituto, que hoy rebasan el rubicón de los 40, inauguran su primer desencuentro cuando el primero se hace con un cuadro blanco -«atravesado por unas finísimas rayas blancas»- por 30.000 euros, que tensará hasta el límite los mimbres de su amistad. «Alguien dijo que ni la amistad ni el arte son necesarias porque no tienen valor de supervivencia, más bien son de esas cosas que dan valor a la supervivencia. Sobre el valor de ese valor va Arte», manifiesta Del Arco.

En el plantel que pone en pie al trío protagonista de este montaje desfilan Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón. El primero afirma que se trata de una revisión «más física» del texto de Reza y que, a su juicio, llega «en un punto perfecto, porque hemos tenido tiempo de cocinarla, probarla y testarla bien». «Cualquier clásico del teatro universal es siempre es un reto, aunque es, al mismo tiempo, una garantía», indica. Enríquez, como tantos amantes del teatro, pudo ver la primera representación de Arte en España, en 1998, bajo la dirección de Josep María Flotats. «¡Cómo nos impresionaron aquel texto y aquellos actores!», recuerda el actor.

«Pero esta representación, desde luego, no tiene nada que ver con aquella función, ni probablemente con otras, porque lo bueno que tienen los grandes directores como Del Arco es que son capaces de darle una visión personal, bajo su propio tamiz». «Y lo hace, sobre todo, trabajando mucho sobre los actores, a los que nos da muchísima libertad para fluir y aportar, de modo que no tienes la sensación ni la presión de que estés enfrentándote a algo muy representado», añade.

El actor destacó que Carlos Hipólito y Josep María Pou, protagonistas de aquella primera versión española que también coprotagonizó Flotats, acudieron como público «y estaban emocionados». «Los dos hablaban de cuánto les había gustado y, sobre todo, de lo diferente que era a la propuesta de Flotats», revela.

El trío actoral es el que sostiene el peso de una obra basada en diálogos que transitan de la sonrisa y el delirio a la herida, de la luz a la oscuridad, de la amistad al dolor. «Los tres personajes son como las tres patas de un banco, donde todas tienen la misma dimensión y la misma altura, porque, si no, cojearía y este barco no cojea», apunta Enríquez. «Aunque los tres personajes son muy diferentes, todos son muy contradictorios y su aguijón sirve, en realidad, para tapar su fragilidad, pero los tres componen el puzle de esa amistad en el que la gente se reconoce», sostiene. A juicio del actor, Arte «se sirve de la comedia para hablar de cosas hondas, porque habla del arte de una forma circunstancial para abordar de fondo la descomposición de una amistad que viene de lejos, que confronta a estos tres amigos con lo que esperaban de sí mismos y lo que son en realidad».

En este sentido, «la obra resulta perfectamente redonda y atemporal, como un caos organizado que es muy parecido a la vida misma». «En realidad, es una pieza muy sencilla, con un argumento muy original, pero en esa sencillez corre pareja la hondura de los temas que plantea, porque obviamente es una comedia de mucha hilaridad, pero que en un momento dado gira hacia un sitio más áspero, más incómodo, que te confronta como espectador con lo que estás viendo. La idea es trufar esa comedia con algo que no lo es tanto y, al final, el espectador se va con algunas preguntas en el bolsillo», concluye.