De la primera vez que la vi bailar El lago de los cisnes recuerdo sobre todo el momento en que, como Odile, lanzó el ramo de flores a un príncipe sin malicia. Lo hizo con toda la energía del desprecio. Fue muy emocionante verla representar con tanta convicción a la impostora en el segundo acto, tras haberla visto encarnar a una Odette frágil y receptiva en el primero. Luego vino la culminación del drama, inesperada, porque no sabía que el Ballet de Moscú me iba a regalar un final de cuento de hadas. Para quien ama esta disciplina artística que estira lo humano hasta tocar un ideal, una primera bailarina es la encarnación de un mito. Pero cuando uno comienza la entrevista se encuentra con la persona real. Así tiene que ser. Mi primera bailarina, la única que he conocido en persona y la única que he visto sobre un escenario -no tengo reparo en decirlo- es Cristina Terentieva. ¿Por qué nos gusta el ballet? En parte, por las mismas razones que nos hacen amar la cortesía. Jennifer Homans recuerda en Apollo’s Angels que en sus orígenes el ballet se entendía como un modo de poner en contacto el cielo con la tierra; en ese rito, el ballet lograba abrir un canal de comunicación entre nuestro mundo y el de los dioses. También nos llaman los ritos. He visto a esta bailarina moldava encarnar el arquetipo de lo femenino en Giselle, en El lago de los cisnes, en La bella durmiente… Y también en El cascanueces. Prefiero las versiones de este ballet en que la primera bailarina encarna a una preadolescente, como la del Pacific North West Ballet, con decorados del maestro Sendak -es la que enfatiza los aspectos oscuros de la historia originalmente escrita por E. T. A. Hoffmann. Con ello, cuando Clara apareció en escena para abrir sus regalos tardé unos instantes en reconocer que era Cristina quien la representaba porque, ayudada por su estatura, lograba parecer una chiquilla. Ella baila tan bien como actúa; es su don, y al cultivarlo puede devolvernos algo de lo que hayamos perdido.

¿De qué manera actualiza sus personajes?

Antes de cada espectáculo pienso: ¿Qué podría yo buscar hoy para el público?¿Qué matices podría encontrar? Porque si tenemos diez funciones de El Cascanueces y otras diez de El lago de los cisnes... Como artista tienes que encontrar cada día algo de inspiración, algo diferente, y eso hace que tu trabajo sea interesante. Tu propia actitud frente al partenaire, de qué modo mueves las manos, cómo haces los arabescos, cómo te giras, todo eso hay que pensarlo y en el alma tienes que encontrar matices nuevos todo el tiempo. Y yo trato de inspirarme en la naturaleza, en la manera de comportarse de la gente.

El director de orquesta Michael Tilson Thomas preguntaba en una entrevista a Natalia Makarova si a ella le parece posible que los jóvenes de nuestros tiempo, «esos que escuchan rap», puedan conectar con Giselle, un personaje que ella encarnó tan bien.

El ballet va evolucionando año tras año. El modo de bailar de hace doscientos años era el propio de aquel tiempo: los saltos, la manera de ejecutar cada movimiento, cada paso... Y ese manera de hacer ballet la entendía el público de aquella época. Desde entonces la interpretación ha cambiado muchísimo; ahora es más libre y más sencilla. No existe la obligación de seguir los cánones de aquel entonces. Esto se nota en los gestos. La pantomima se ha reducido o simplificado para que el público no se vea obligado a leer el libreto, si quiere entender qué está sucediendo sobre el escenario. Actualmente, todos los maestros y bailarines enseñan este tipo de interpretación.

En 1984 Yuri Grigorovich le dio otro final a El lago de los cisnes. El Ballet de Moscú también ha elegido que acabe como un cuento de hadas. ¿Qué final prefiere?

Pues ahora en el Bolshoi se baila El lago de los cisnes de nuevo con el final trágico. Diez años atrás hice una gira por Gran Bretaña con el Ballet de Moldavia. Bailamos la versión del teatro Mariinsky, en la que el príncipe vencía a Rothbart al final del último acto. Y un día apareció una carta de una señora que decía que no era posible darle ese final al ballet, porque ella había leído que el final de El lago de los cisnes tenía que ser trágico, romántico. Entonces, Radu Poklitaru, que en ese tiempo era el coreógrafo principal (y actualmente es director artístico del Ballet moderno de Kiev) cambió el final en un día. Lo hizo en quince minutos. Y durante todo el resto de la gira bailamos el ballet con el final cambiado. Otras coreografías también han sufrido cambios comparables a estos. Cada uno de estos finales penetra de un modo distinto en la memoria de la gente. Sin embargo, para mí el ballet es más hermoso cuando el bien vence al mal. También me gusta muchísimo ver uno de esos grandes montajes en los que el príncipe muere, ver a Margot Fonteyn y a Nureyev encarnando esos personajes; pero me parece que para una persona sencilla que viene al teatro a relajarse es mejor el nuevo final. Vamos al teatro para después volver a casa con emociones bellas. A mí, el final trágico me deja un poso de amargura en el alma.

¿Siente que su trabajo tiene también una proyección espiritual, además de artística?

Eso está claro y así tiene que ser. Si no notaras que el bien que haces revierte en ti no tendrías fuerzas para continuar con lo que estás haciendo. Un artista trabaja mucho cada día, pero no para él mismo, sino para el público, para los demás. Yo no soy artista para mí. Todo este trabajo diario consiste, en primer lugar, en vencerte a ti mismo. Cuando comprendes que en cada función el público se nutre de lo que le das, ya no sólo subes al escenario a bailar.

Si pensase en los ballets de su repertorio, solamente como narraciones fantásticas, cuál elegiría?

No puedo decirte con cuál me quedo, porque cada ballet es para mí como un niño. Te preparas durante tanto tiempo para bailar cada uno de ellos que acaban quedando en tu alma como una especie de libro, uno que has leído hasta el final, página a página.

En una entrevista televisada a mediados de los ochenta, durante la promoción del libro coral que dedicó a Anna Pavlova, Margot Fonteyn explicó que la genialidad de esta legendaria bailarina residía en su capacidad de permanecer concentrada en su arte.

No creo que, por ejemplo, la música pop o el rock sean una influencia que perjudique a las bailarinas de hoy en día. A mí me gusta mucho el rock. En aquel tiempo había otras circunstancias que hacían que Anna Pavlova se distrajera un poco de lo que estaba haciendo. Y la profesión te presionaba. Desde mi punto de vista, la pasión por el ballet no debe llevarme a renunciar a ser madre. Anna Pavlova no tuvo hijos, Plisetskaya tampoco, porque se tenía la idea de que una buena bailarina no debía formar una familia. Mientras que ahora, todas las estrellas del ballet tienen uno o dos hijos y ocupan su tiempo en asuntos que merecen mucho la pena. Cada una tiene su pasión, y su pasión les inspira.

Pero, ¿no nos dispersa más todo el flujo de información que hay a nuestro alrededor?

Yo tengo la impresión de que se dispersa la gente mayor de cuarenta. Los jóvenes no, porque han crecido en estos tiempos. A mi madre y a mi padre les resulta muy difícil seguir ese flujo. Yo creo que es demasiada información para ellos. Para mi hija, que tiene catorce años, es normal, ella no se dispersa. Este es su tiempo. Y nosotros, mi marido y yo, estamos entre ella y mis padres, intentando dar cada paso dentro del compás.

¿Hubo una maestra que le impulsara especialmente cuando era una niña?

Nunca hubo nadie que fuera un ídolo para mí. Para mí, el ídolo ha sido el espectáculo de ballet. Eso fue lo que me impulsó a estar en este mundo. Por otro lado, cada artista tiene algo especial, algo que te puede inspirar. El lago de los cisnes es, en todo el mundo, El lago de los cisnes; miles de artistas lo bailan, pero cada uno aporta algo personal a la interpretación. Incluso en una artista que no es famosa, puedes encontrar algo interesante, porque todo lo que hace es un reflejo de su propio yo.

Le preguntaba por profesores...

Las enseñanzas que había recibido de mi profesora eran de un nivel muy alto. Pero también me di cuenta de que ella no era la bailarina que yo imaginaba cuando tenía diez años. Descubrí que un artista de gran nivel no puede enseñar como ella lo hacía, y que un buen profesor tampoco puede ser un gran artista. Era estupenda. Era como una madre, tanto en la vida como en la profesión... A diferencia de la escuela rusa. Desde un punto de vista psíquico, los profesores de esta escuela nos estropearon. Yo también los he conocido porque, aunque estudié en Moldavia, tuve una profesora que era de Kiev.

¿Cómo estropea la escuela rusa a los bailarines?

Tengo una hija que tiene catorce años y sé que en ese período de la vida cada palabra que les dices queda. Las palabras pueden dejarles marcados. Por ejemplo, si yo le dijera «a tus catorce años ya eres una bailarina, pero sé que nunca llegarás a ser una prima ballerina; renuncia a esta profesión, no es lo tuyo». Esto es lo que hacían los profesores de la escuela rusa. Si le haces esto a un niño de diez años o de catorce, conseguirás que no crea en sí mismo. Y esa falta de confianza se convierte en una carga muy pesada. Aquellos que sufren estas agresiones y se ensimisman pueden llegar a entrar en una depresión, un bache difícil de superar. A mí me ayudó muchísimo mi madre. Ella me decía, «tú debes entender que esa maestra te enseña la profesión, eso es lo que tú necesitas aprender. Tú debes poner delante de tu persona una especie de mampara y no hacer caso a lo que te dice cada día. Ocúpate sólo de lo que tienes que hacer: fijarte en sus correcciones, en los errores que cometes... Eso sí hay que escucharlo, lo demás no». Pero cuando eres un adolescente resulta muy difícil entender esto.

Conocí esta dramática realidad en un documental sobre la escuela de ballet de Perm, una de las más importantes de Rusia (Captives of Terpsichore). Es muy triste lo que allí se ve.

El documental que ha mencionado debe de ser ése en el que sale la famosa profesora Ludmila Sakharova. La protagonista del documental es la bailarina Natalia Balakhnicheva. Cuando se rodó era una chiquilla. Mi marido y yo tuvimos la oportunidad de conversar con ella, y nos dimos cuenta de que se había quedado así, encerrada en sí misma. Era muy inteligente, pero a pesar de parecer una persona normal, se aislaba y lo miraba todo desde una cierta distancia, como un animal acorralado.

Destruyen la confianza...

Sí. Me resultaba difícil comprender que hubiera podido convertirse en una gran bailarina no teniendo confianza en sí misma. Este es uno de los casos que conozco.

Apollo’s Angels es una historia del ballet muy bien documentada por Jennifer Homans. Explica que, después de lograr superar tantos retos técnicos, la meta final de un bailarín es dejarse fluir.

Es cierto. En esos momentos en los que sobre el escenario me olvido de todo, me siento como si entrara en un estado de meditación. Para esos momentos vive una, como artista, como bailarina, como persona.

¿Hay alguna posibilidad de que le veamos encarnar a esta criatura a El pájaro de fuego, de Stravinsky?

Alexei Ratmansky ha puesto en escena su versión de este ballet, creada para el American Ballet Theatre. He visto algunos vídeos. Me gustaría poderlo bailar, pero en nuestra carrera no siempre es posible hacer el papel que quieres. Algún día, quién sabe. Como le dije antes, para una bailarina es muy interesante recoger su historia en libros. Cada ballet es otro libro que se añade a su vida.

¿Cómo cambió la maternidad su forma de bailar?

Todo aquello que te ha inspirado pasa a ser visto desde otras perspectivas. A un nivel muy sutil, la vida psíquica cambia, todo te parece diferente. He conocido a muchas bailarinas que después de ser madres se autodescubrieron; como actrices, como personas.

Si un bailarín tiene talento artístico, es una pena que deje los escenarios cuando ya no tiene la misma fuerza física.

Hoy en día hay más puertas abiertas para una bailarina de ballet que quiera seguir materializando su talento dramático. Está el circo, el cine, el teatro... puedes hacer muchas cosas. Sé que hay muchas bailarinas que a cierta edad se dedican al teatro. Porque el ballet clásico tiene, por decirlo de alguna manera, una edad. Recuerdo un vídeo de Alicia Alonso en el que ella baila el papel de Giselle. Era muy expresiva, muy bella; entendía cada matiz. No renunció a bailar en puntas. Yo tengo claro que no quiero que el público me vea incapaz de bailar como lo hacía en otro tiempo. Ahora también disfruto mucho de la docencia. Cuando enseñas descubres más cosas acerca de tu profesión. Porque cada niña que aprende tiene su propia paleta de colores.

¿Duelen mucho las puntas?

Te acostumbras. El dolor es algo normal en nuestra profesión. Hoy en día disponemos de unos artilugios hechos de gel que son de mucha ayuda. Está claro que para nuestros hijos bailar en puntas será mucho más fácil que para Anna Pavlova. Pero incluso así es difícil. Cuando miras los pies de una bailarina de ballet puedes darte cuenta de que están deformados. Eso no ha cambiado.