A los cien años del nacimiento de Ramón de Campoamor en Asturias (Navia), el 24 de septiembre de 1817, merece un recuerdo aquel escritor singular, respetado e, incluso, admirado por sus contemporáneos, tan cercano a nuestra tierra, desde que fuera nombrado en 1847 gobernador de la provincia de Alicante, donde conoce a una joven de ascendencia irlandesa, Guillermina O'Gorman, católica y acaudalada, con la que se casa al año siguiente. La familia adquirirá al sur de la provincia una inmensa finca junto al Mediterráneo, la Dehesa de Matamoros, que con el tiempo se conocería por Dehesa de Campoamor, en la que el poeta pasaría largas temporadas veraniegas a lo largo de su vida.

Por ello, no es de extrañar que numerosos topónimos de las provincias de Alicante y Murcia aparezcan en sus doloras y cantares, como Elda (que tenía que atravesar en el tren de Madrid a Alicante), Torrevieja, San Miguel de Salinas, San Pedro del Pinatar (próximos a la Dehesa de Matamoros) o Pilar de la Horadada, el pueblo que figura en los versos siguientes, pertenecientes a su 'pequeño poema' Los grandes problemas: «El cura del Pilar de la Horadada, / como todo lo da, no tiene nada. / Para él no hay más grandeza / que el amor que se tiene a la pobreza [?] Así con tanto amor y pudor tanto, / el cura del Pilar de la Horadada / es, según viene la ocasión rodada, / ya eremita, ya cuákero, ya santo. [?] Está el pueblo fundado sobre un llano / más grande que la palma de la mano, / y a falta de vecinos y vecinas / circulan por las calles las gallinas».

Relación con Levante que tanto valoraba el maestro Azorín, cuando señalaba que «este hombre, nacido en el verde campo del norte, donde el cielo es gris y los paisajes están suavemente velados, había de solidarizarse espiritualmente, andando el tiempo, con las claras y diáfanas tierras de Levante, en que viven las mujeres por él retratadas. En su poesía, había de haber siempre, sobre el fondo de sentimentalismo norteño, la claridad realista del levantino».

Fue Campoamor en su tiempo todo un personaje, valorado, como señalaba De la Revilla, por su «alma bondadosa y dulce», por su «carácter franco y jovial», por «su corazón sencillo» y por «su poderosa inteligencia». Quizá, el mejor retrato suyo se deba a su propia pluma que, en su Poética de 1883, aseguraba, entre irónico y escéptico: «Leyó por entretenerse; escribió para divertirse; vivió haciendo al prójimo todo el bien que pudo y se morirá con gusto por olvidar el mal que muchos prójimos le hicieron. Mi biografía es muy sencilla. La de algunos de mis detractores será un poco más complicada». O como lo definía don Juan Valera: «Campoamor es cándido y natural, hasta cuando quiere mostrarse más taimado y artificioso, y deja siempre ver a las claras que está satisfecho de sí mismo y de todo cuanto le rodea, que todo lo halla dispuesto y ordenado para el bien, y que las cosas no pueden estar mejor de lo que están, pues hasta sus defectos son perfecciones, si se atiende al enlace y trabazón con que van encaminadas y conviene a la universal armonía».

En 1886, cuando estaba a punto de cumplir los setenta años, Campoamor edita por primera vez sus Humoradas, colección de brevísimos poemas que constituyen la quintaesencia de la poesía, pensamientos ingeniosos, sentencias, «rasgos intencionados», como los denominó el propio poeta, que se halla muy en consonancia con la obra anterior de Campoamor, con las doloras y con los pequeños poemas, de los que viene a ser la coda final, la síntesis, ya que en sus breves estructuras, lo que encierran estos poemas es un pensamiento de moral muy rudimentaria, un pensamiento ingenioso, a veces humorístico, muchas veces malicioso, que recoge toda su filosofía de la vida.

Fue Luis Cernuda quien puso en relación las humoradas de Campoamor con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aunque en sentido negativo, ya que señala que algunas greguerías son en realidad humoradas campoamorianas. Menos valoradas por la crítica posterior, hoy podemos considerarlas como el epílogo ideal a una obra poética que constantemente se introdujo en la filosofía de la experiencia y de la vida cotidiana. Desembocar en este tipo de poemas aforísticos, de pensamientos entre ingeniosos y profundos, muchas veces meros juegos de palabras, era el destino esperado de la poesía de Campoamor, una poesía que, en conjunto, fronteriza entre el lirismo más encendido, de origen romántico y sentimental, el ingenio filosófico y la constante presencia de la realidad cotidiana.