Napoleón Bonaparte, el mayor genio militar y conquistador de los tiempos contemporáneos, nació en Ajaccio, capital de la isla de Córcega. Estudió en la Escuela Militar de París y, al estallar la revolución francesa, era capitán de artillería. En 1793 actuó tan brillantemente en el sitio de Tolón frente a ingleses y españoles, que fue nombrado general de brigada, pese a que solo contaba veinticuatro años.

Poco después ascendió a general de división, cónsul y demás, en gran medida gracias a la intervención de sus novias Desireé y Josefina. No, no es que el muchacho no valiera, sino que le agilizaron la carrera con sus influencias y favores ante gentes de postín. Tras el Directorio y el Consulado, llegó el Imperio. Fue entonces cuando Napoleón se coronó como emperador en una ceremonia fastuosa que en Murcia sería muy difícil de celebrar, incluso hoy en día.

Bonaparte, contrajo matrimonio con Josefina, el gran amor de su vida, a la que repudió por no poder tener descendencia. Desde entonces, los locos del mundo han querido ser Napoleón, siendo muy imitado por ello en consultas psiquiátricas y manicomios debido a sus éxitos militares y conquistas: Abukir, Marengo, Austerlitz, etc. Hasta llegar a la batalla de Bailén donde le dimos en la cresta.

Luego vino la campaña de Rusia que fue un desastre y un triunfo de los sabañones. Después de Leipzig fue desterrado a la isla de Elba, se fugó y fue derrotado definitivamente en Waterloo. Tras intentar escapar a América. Los ingleses, que le tenían una manía espantosa le recluyeron en la isla de Santa Elena donde murió.

Salvando las distancias, Napoleón, Cristóbal Montoro y Pedro Saura tienen cierto parecido físico. El camarada Saura es un señor muy interesante con una mente fabulosa, no ya por sus ideas, sino por su tenacidad. Es un hombre aplicado, diría que meticuloso, de retórica abundante y divagadora.

Su aseada cabeza poliédrica no deja de inventar recursos y proyectos. La misma que acoge un rostro equilibrado con una boca especulativa y unos ojos de halcón peregrino que miran hacia su propio ego. Su cuello es delicado, al igual que su frente, que se expande en línea horizontal hacia las orejas, elemento útil para captar el chismorreo político de pasillo que dará lugar a cualquier tipo de intervención opositora.

El compañero Pedro se tutea con los leones de las Cortes, su verdadero hogar. Un señor que sabe nadar y guardar la ropa dentro de su propio partido, pues va a su bola y a la de nadie más, aunque los demás no sepamos a ciencia cierta a qué se dedica. Un señor estupendo, sí.