A la naturaleza no le gustan las aristas. Y, dentro de la naturaleza, al agua del mar, menos. A los ríos tampoco. La naturaleza lima las aristas, a base de hacer rozarse a unas con otras, con el inmaterial instrumento del tiempo, que es invisible. Y lo consigue, como se ve en el 'afoto'.

Empero, las piedras conservan su color. Sus colores. Con eso, la naturaleza no se mete. Las piedras tienen un sonido propio cuando se rozan. Parece imitado del agua al retirarse la ola que las mueve y les obliga a restregarse. Las piedras, en tierra, conservan sus aristas, casi todas. Tengo una amiga que colecciona piedras de mar en forma de corazón. Y tiene muchas.

Alguna vez, la naturaleza es romántica. Pero la mayoría de las veces, es darwinista. Y allá se las entiendan con su dureza propia las piedras, cada una de ellas. La mayoría tiene forma de huevo amorfo. Y presentan estrías de otra coloración. El mar es artista. Nuestro ojo también. Brillan por el sol, que resbala sus rayos por la húmeda y suave superficie ovoide que las distingue. Pero nos parece que es de ellas el brillo. Un brillo que es una luz y es un gusto.