Zaén de Arriba y Zaén de Abajo. Ojos del mundo. Aprisco en tiempos menores. Hoy, en tiempos globalizados y con el paisaje puesto en su sitio por el sentir moderno, estas cuevas de abrigo para las sumisas bestias de los rebaños monteros, son un patrimonio para el buen entender de la geografía. Descartada su utilidad, la belleza acogió su ser. La mirada nuestra se hace monócula cual pacífico cíclope sin poeta que lo infame de bruto enamorado. El cíclope somos nosotros. Y esos personajes son los Nadies a quienes no vamos a incomodar. Ellos incomodan al cíclope, que ha dejado su flautín de viento en el fondo de la cueva. Luego, en las frías mañanas de ábrego, suenan las agudas notas que inundan el valle, fragmentariamente nevado por el capricho del ciego viento, que envidia la condición sedente del Ojo de Zaén. Las verdes parcelas del llano, bastardamente pardearán el paisaje, que mostrará su alma tetramorfa, según la estación del año. El cíclope de Zaén, el Cíclope Mayor, conoce todos los colores del cielo, y de la pradera. No siente predilección por ninguno. Ni por la nieve siquiera. Siempre mirando, sin el descanso de un párpado compasivo que le traiga sueño.