Las gotas expresan el cristal, lo delatan. Está ahí, dicen. Y sólo una de ellas resbala grávida hacia el alféizar. El objetivo de la cámara ha preferido la semiesférica lisura de las gotas, para conferir nitidez en la imagen. De fondo, la nebulosa conjunta de la ciudad, el edificio universitario y la altiva torre, testigos de la belleza de las gotas al cristal adheridas. La lluvia ansiada inunda la ciudad de húmeda esencia acuosa. Y desdibuja los perfiles más señeros. Lo importante, cuando llueve en esta ciudad seca y huertana, es la propia lluvia. Todo se subordina a ella. La foto, en realidad, es una rogativa laica por la lluvia. Como una danza sioux para propiciar tormentas en las praderas de bisontes y pastos de extensa llanada, antes de que llegara el hombre blanco anglosajón. Las gotas condensan convexamente lo que transparentan, cual microcosmos esféricamente repetido. Y festejan el azar asimétrico que la gravedad distribuye con desgana. Pero las gotas tienen buen conformar. No conocen disciplina alguna. Y no la echan de menos. En verdad, son la poesía de la foto. Lo demás es panoplia de figurantes. Luego, volverán al aire, cuando evaporen y el aire recupere su identidad invisible.