El arte de la serigrafía y la ausencia de vanidades

n este retrato voy a fracasar, entendiéndose el éxito en agradar con el texto a la figura que el objetivo de Ángel Saura nos presenta. Es Pepe Jiménez, un maestro. Un tipo extraordinario, con una vida extraordinaria, con una paciencia extraordinaria. Ya le noto el mal gesto; serígrafo desde hace muchos, muchos años... pero de nacimiento murciano, cuestión que no muchos saben. Nació en la Calle Azucaque, donde su familia tenía una confitería, esa pequeña calle que de la plaza de Fontes nos acerca a la tasca de los Zagales.

La Transición política, a este artista de primera clase emigrado a Madrid, le fue propicia; los partidos políticos necesitaban cartelería abundante, de todos los tamaños, gigantes propuestas de publicidad. Pepe Jiménez, uno de los mejores en su oficio, decidió aprovechar la ocasión y trabajó 24 horas al día en esta etapa, además de cultivar, con algunos maestros del arte español contemporáneo, las grandes posibilidades de la serigrafía y sus procedimientos de tintas planas. Después de aquella experiencia, en la que batalló laboralmente lo indecible, decidió llegarse hasta Murcia; la verdad es que no sé decir por qué, porque le reconozco cierto espíritu aventurero. Restauró una ermita en Balsicas, se convirtió en ermitaño y montó un taller de serigrafía formidable. Artistas de toda índole acudieron como las moscas a la miel. Todos hemos pasado por allí y nos ha enseñado, con infinita paciencia, lo que no sabíamos. Pepe, a la primera mirada, ya sabe, en silencio, calibrar tu talento y tus posibilidades; no te lo dirá nunca porque es parte de su secreto profesional inviolable. Quién le conoce bien sabe con quién trabaja más confortablemente o menos. Pero ya digo, ni una protesta.

Tiene el maestro dotes didácticas y nunca se ha negado a impartir su magisterio en talleres fuera de su Ermita. La experiencia de Fuente Álamo está cercana en el tiempo, aquella otra de Cehegín; siempre dispuesto para el trabajo sin descanso. Franciscano de costumbres, su personalidad es admirable. Afable, amigo de sus colaboradores, que siempre terminan en trazos fraternales, es un lujo para esta región; pero ahí está, en solitario, haciendo cada día un curso de resistencia. Su excelencia profesional alcanza límites que se pueden comprobar en la obra serigrafiada de las últimas generaciones de artistas murcianos y nacionales. Inconmensurable en su generosidad profesional. Creo recordar que en 2013, sus ´discípulos´ le dieron una fiesta sorpresa en el Continental, el bar de tradición artística. No es hombre de homenajes. Ni de textos como este. Sus hábitos y costumbres son de una persona en permanente equilibrio consigo misma. El artista de verdad es él, y no tanto los pintores que han seguido sus instrucciones ante vegetales y pantallas. Digamos la verdad sin tapujos.