Como un refugiado ha llegado a la costa esta leñosa osamenta, desde algún litoral de lueñes tierras. Flotó al albur de las mareas y los vientos, y fue a encallar a tiro de objetivo en cámara de móvil doméstico. Desnudo refugiado que pide acogida en silencio. Desmembrado, pero con un residuo de arbórea dignidad, ahí está. Silencioso de palabras, pero expresivo de líneas y de atormentadas formas. Quiso llegar a la playa, pero el viento que lo trajo cesó en su ayuda. Acaso el siguiente sí pueda alojarlo en la arena, y sentirse en tierra, si no enraizado, sí creyendo que ha dejado atrás la trágica odisea que lo trajo, desde su truncada vida -acaso en otro continente-pasando por las procelosas aguas del piélago, hasta llegar exactamente aquí, tal cual lo vemos ahora. Un aire de escultura moderna, muy moderna, lo reviste de nueva vida. Pero ningún artista copiará sus arduas formas. Unas formas forjadas en noches de savia que asciende sigilosa en caminos que la luna conduce. Es un refugiado bello, con un sentido de la belleza postmoderno y atrevido, que surca las tres dimensiones. Como cualquier grito elemental salido de alguno de los Caprichos de Goya. Desesperado grito al que no escuchamos sino con los oídos del alma.