Al observar en un mapa la costa de Noruega, ¿qué imaginación no tendería a maravillarse con sus hendiduras fantásticas, amplio encaje de granito donde rugen incesantemente las olas del mar del Norte? ¿Quién no ha soñado con los majestuosos espectáculos ofrecidos por esas riberas sin playas, por esa multitud de caletas, de ensenadas, de pequeñas bahías tan diferentes entre sí, aunque todas representan abismos sin caminos...?»

Así comienza una de las historias más bellas y mágicas de la literatura europea del siglo XIX, escrita, sin embargo, por un novelista realista, Honoré de Balzac (1799-1850), obra excepcional entre todas las que forman el conjunto que es La Comedia Humana.

Serafita vino a ocupar el centro de mis lecturas adolescentes,avaladas por dos escritores muy diferentes en apariencia: el genial y pornógrafo Henry Miller y el gran estudioso de la mística y las religiones Mircea Eliade. El norteamericano y el rumano se refieren a esta obra breve sin escatimar elogios...

No recuerdo que nunca un ejemplar de esta novela me faltase, allí donde me llevase mi errabunda juventud; ejerciendo de guía espiritual, junto a otros libros de Hermann Hesse o André Gide, como por ejemplo Narciso y Golmundo y Demiano les nourritures terrestres y Amyntas, respectivamente.

Alguna vez, ciertamente con ánimo de provocar a muchos lectores de mi generación, he dicho que fue la lectura de Serafita (aparte de la Ilíada, o Las mil y una noches, libros compañeros de mi infancia) la que me vino a librarme de caer en la literatura llamada del «realismo mágico», de la que poco o nada soy aficionado. Porque sí, en Serafita existen ascensiones (como la del protagonista a los cielos), epifanías (la del nacimiento de Serafito-Serafita, cuya naturaleza es angélica), elevaciones espirituales, éxtasis, misterios apenas velados por las apariencias de la realidad cotidiana.

Minna y Wilfred, jóvenes seducidos por la personalidad de un ser que parece humano; pero este compañero o compañera de juegos es un milagro terrenal y un enigma para su entorno, para quienes le han visto nacer, crecer y sorprendido en el trato de cada día.

Según los progenitores de Serafita o Serafito, su nacimiento es una gracia celestial que por la intervención de Emmanuel Swedenborg, el científico y místico sueco, el Todopoderoso habría permitido que un ángel tuviera una vida carnal durante un condicionado tiempo terrestre. «¿Qué criatura no desearía volverse lo suficientemente digna como para entrar en la esfera de las inteligencias que viven secretamente para el amor o para la sabiduría? Aquí abajo, durante su vida, los espíritus permanecen puros, no ven, no piensan ni hablan como los demás hombres. Existen dos clases de percepción: una interna, otra externa. El hombre es totalmente externo, el espíritu angélico es totalmente interno. El espíritu llega al fondo de los números, posee la totalidad, conoce sus significados. Dispone del movimiento y se asocia a todo por medio de la ubicuidad: «Un ángel - según el profeta sueco-está presente en otro cuando lo desea (Sabiduría Angélica); puesto que tiene el don de separarse de su cuerpo...» (pág. 81).

Balzac creó a Serafita para conocer a una admiradora lectora polaca, Éveline de Hanska, nacida condesa Rzewuska, con la que con el tiempo acabaría su soltería, en parte motivada por su misoginia (justificada por el desapego de su propia madre). La culta aristócrata polaca era una ferviente seguidora de las visiones y las teorías ultramundanas de Swedenborg.

De Serafita existen varias ediciones; la más asequible es la publicada por Ediciones Abraxas, con la hermosa portada de Eros y Psiqué (el Amor y el Alma) en actitud ideal, según el pasaje de Apuleyo en El asno de oro. Otra de las ediciones, posibles de encontrar todavía,la publicó la Editorial Iberia, presentada con una insólita ilustración: la reprodución del Hermafrodita, mármol romano expuesto en la Sala de las Musas del Museo del Prado. Otro verano, calurosísimo, leyendo Serafita... Siguiendo el camino ,menos transitado que me llevará a las alturas, para, desde allí contemplar el impetuoso mar penetrando en los fiordos: bella y sonora ensofiación, como una fuga de Bach que no conocíamos.