Y como quien no quiere la cosa, nos hemos metido en la lección nº 52 de esta liviana ´Tarea de Vacaciones´. El tiempo pasa raudo y la holganza toca a su fin. Ya iba siendo hora. Es el momento de que panochas y membrillos maduren, y con su madurez llega el septiembre ferial, antesala de la añorada rutina y la nostalgia que dicta la moraleja: todo, incluso lo bueno, tiene su fin.

El hombre desde que se bajó del árbol se sintió atraído por imitar el vuelo de las aves. Desde entonces se limitó a soñar con tocar la Luna y como Ícaro llegar hasta el Sol, aunque sus alas de cera terminaran derretidas: desde los artilugios voladores de Leonardo; Montgolfier y sus globos aerostáticos; Zeppelin, hasta los primeros aeroplanos de los hermanos Wright; los hombres utilizaron las alturas para sembrar el caos entre su prójimo. Manfred Von Richtofen y su circo volador alcanzaron la gloria de las alas alemanas en la Primera Guerra Mundial a bordo de ágiles Fokker. Pero sería en la II Guerra Mundial cuando el poder destructivo de la aviación marcaría hitos insospechados de destrucción. La Batalla de Inglaterra frenó las ilusiones de Adolf Hitler de invadir Inglaterra.

El letrado Francisco Valdés posee cierto perfil británico. Su estilo y flema lo manifiestan, así como su estilo en el vestir le convierten en todo en gentleman recalcitrante. Hubiera dado muy bien en los años cuarenta haciendo suspirar a bellas damiselas a bordo de un Hurricane, o mejor, pilotando un Supermarine Spitfire, avión mucho más estilizado y ligero, antagonista de los raudos Messerschmitt 109. Es cierto que el abogado Valdés es hombre pacífico, aunque se haya sentido desde siempre atraído por los deportes de riesgo en plena naturaleza, de la que es un gran apasionado.

Recuerda la personalidad de don Francisco a aquel héroe de la RAF, que llenó las páginas rosa de la prensa de los primerizos sesenta, Peter Townsend, gran amor de la princesa Margaret, hermana de la reina de los ingleses. Amor imposible no exento de una gran pasión que se vio frustrado por las obligaciones dinásticas que ataban a la princesa. ´Románticos en el aire´, podía ser el título de una novela que muy bien podrían protagonizar mister Townsend y don Francisco Valdés, dos hombres que tienen a gala el estilo, el amor al riesgo y la inteligencia.