La fortuna de pintar y vivir como quiso

El regreso de la paz, pudo el pintor Mariano Ballester empezar a cumplir sus sueños artísticos. Realizó sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. De aquella época conservábamos en casa una tela enrollada, Las tabaqueras del Rastro, una pintura clasicista que hizo para la carrera. Mariano Ballester tenía una afición infatigable en la antropología; escribir de él puede llevarnos a dar saltos en el vacío. Estamos ante un grande, ante un pintor de excepción del siglo XX de Murcia. Pongan calificativos máximos a su obra inmensa. Grabador, ilustrador, decorador de cerámicas, escultor y siempre pintor. Tuvo una especialidad en el retrato. En Murcia pintó muchos, pero también en Francia y en Suiza. Acumulaba encargos y, cuando tenía varios, viajaba al extranjero. Sus retratos magistrales de Monique les Ventes, su esposa francesa, están en la historia de los Premios Villacís. Monique siempre le acompañó más allá de la pintura, con su amor por los juguetes. Entre los dos lograron una gran colección, que guardaba en aquel gran caserón atestado de genialidades, gatos y muñecas de porcelana. Creador del Museo de la Huerta de Alcantarilla, siempre buscó piezas que pudieran servirle entre los deshechos o comprándoselas al gitano Antón. Todo era en ellos extraordinariamente hermoso.

Fue un pintor que experimentó con materiales, que encontró en los esmaltes una textura que le interesaba. Pidió y le concedieron la Beca March para pintar el paisaje blanco a fuerza de luz del desierto almeriense de Tabernas y Mojácar, donde tuvieron casa. Tuvo un cuaderno con un gráfico con líneas horizontales de color, cada una de ellas correspondiente a una forma de pintar para comprobar cómo se superponían en los años según las épocas. Sus paisajes parisinos casi negros; la época que pintó las personas negras de allá; la belle époque; la época 'bizca', con los personajes de ojos extraviados; el grupo Puente Nuevo, con César Arias y Ceferino Moreno, y su inclusión en la pintura de cristales, gemas y joyas semipreciosas. La época blanca de yesos; la que llamaron época 'confetti' por su puntillismo. Nada se le escapaba al pintor, con un dibujo delicioso para el tratamiento de las figuras de niños: niños jugando, niños comiendo sopas. Pintaba en una habitación -la mayor del caserón-, en cuya pared había abierto un ventanuco para que Monique pudiera pasarle algo de comer o el teléfono para algo muy urgente. Para el resto de llamadas, ella contestaba con voz que sonaba a música: «El pintor, está pintando». El hueco se tapaba con una tablita de una niña comiendo de un tazón.

Todo en Ballester era excelente, incluso el humor un tanto especial e irónico. Las niñas de comunión; los cementerios con viejas enlutadas poniendo flores en los nichos. Muchas tardes mi padre le llamaba: «Mariano, ¿tienes cuadros de 'gurullico'?», y el pintor siempre afirmaba en positivo, pero en realidad siempre me contó que no supo nunca a qué se refería. Íbamos a su casa y le comprábamos. Pues eso, un artista extraordinario e inolvidable, con prolongación en su hijo Antonio.