Pero qué bueno, el melón que sale bueno! ¡¿A que sí?! Miel derretida en ámbares transparentes con tonos casi gualdos. Del Campo de Cartagena vienen, hablando latín e íbero. Aguas del pozo y del Tajo, hermanadas, redundan en la excelencia de la feble carnosidad del melón, que enamora de inmediato a las papilas de todos. El verde serio de la corteza se va metamorfoseando en azucarada blandura que llega a fluidos zumos que materializan la gloria. Inundación de boca, tsunami de lengua y dientes, que mandato envían al cerebro para cerrar ojos, y dejar al alma sola digerir el placer gozoso de gustarlos. Blando hendir del cuchillo en la semicarne del melón, augurando sabrosas hermosuras de sentires paradisíacos. Postre inigualable del Olimpo, donde relegaba a la miel del Himeto. A flor de tierra se cría el melón, escuchando los telúricos secretos de la Tierra Madre. Y compartiendo con la intemperie los antitéticos sucesos de la temperatura ambiental, de verano y primavera. Leyendo en las estrellas los secretos del gusto, escritos por los ángeles en las noches de Luna Nueva. Y los consejos de la Luna Llena. ¡¿Pero qué bueno está el melón que sale bueno?! Bendición de Dios, sobre los secanos con agua escondida en sus abajos.